Empecemos hoy, que nunca está de más, por abrir el Diccionario de la lengua española, y, al contrario que la mayoría de las veces, busquemos el significado de una palabra que conocemos de sobra. Leer: ‘Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados’.
Nos recordaba Irene Vallejo en El infinito en un junco que la lectura es una actividad misteriosa e inquietante, o al menos lo fue en sus comienzos. La costumbre hace que haya dejado de asombrarnos.
Así lo reconocía Vladimir Nabokov en su novela extraordinaria Pálido fuego: «Estamos absurdamente acostumbrados al milagro de unos pocos signos escritos capaces de contener una imaginería inmortal, evoluciones del pensamiento, nuevos mundos con personas vivientes que hablan, lloran, se ríen».
¿Y si –como nos pregunta Nabokov– nos despertáramos un día y hubiéramos perdido la capacidad de leer? Ustedes, lectores, que hoy tienen entre las manos las páginas de Diario Libre o la pantalla de sus dispositivos móviles, se enfrentarían a una procesión de pequeños trazos negros convertidos en un jeroglífico incomprensible.
Respeto en mayúsculas
Pero la lectura ha dejado de ser atractiva para algunos, que parecen haber renunciado a su misterio y fascinación, que han perdido impulso ante lo que llaman «lectura auditiva».
Los audiolibros se imponen para «lectores» que «supuestamente» no tienen tiempo de leer. ¿No será que somos esclavos de la multitarea? Escuchamos audiolibros porque no tenemos tiempo para leer. Escuchamos audiolibros mientras hacemos otra cosa. La literatura es arte, y el disfrute del arte no es el mismo si es parte de una multitarea.
Se promociona el audiolibro como una innovación; pero la lectura de un texto en voz alta dirigida a un oyente es tan vieja como el comer; precisamente porque la mayoría no sabía leer.
¿Libros o audiolibros? ¿Qué es mejor? No creo que haya que plantearlo como una disyuntiva. La elección de uno y otro va a depender de lo que buscamos en la lectura.
Leer no es escuchar. Leer y escuchar no son la misma forma de abordar la literatura. La lectura personal te libera del mundo que te rodea. Tú y el texto frente a frente. La lectura es propia, íntima, mientras que la escucha implica a un tercero, o a muchos terceros, en la ecuación.
Abres el libro y eres dueño del tiempo; la lectura depende de ti, mientras que la escucha avanza en cierto modo con o sin ti. Cuando leemos creamos un mundo cuya aparición o desaparición depende de que nuestros ojos y nuestra comprensión sigan sobre las páginas. Decía Irene Vallejo, permanecemos donde hemos elegido estar.
En el audiolibro el narrador recrea una lectura que no necesariamente es la nuestra, nos impone una experiencia de lectura, con su voz siempre personal, con sus inflexiones, con su acento, con su interpretación de lo escrito.
Sin embargo, cuando leo soy libre: mi imaginación se apropia del texto, soy dueña de mi lectura, sin intermediarios. Para mí en este caso vale aquello de tres son multitud.