Donald Trump no es otra cosa que un líder populista, un hombre que supo aprovechar el descontento y la decepción del estadounidense blanco y anglosajón, poco educado y de clase media y baja, que tras la crisis financiera del dos mil ocho vio descender ostensiblemente su calidad de vida, sacando a flote las marcadas desigualdades que el modelo económico globalizador generaron en ese segmento social.
Primero habitual en las portadas de la prensa rosa y luego referente del gran espectáculo de la televisión estadounidense, este mediático empresario inmobiliario supo conectar con esa franja de la población que se sentía desplazada del estado de bienestar que aparentaba disfrutar esa gran potencia. Y como todo populista, siguió el manual de estilo de identificar a los supuestos culpables de sus desgracias, a quienes prometió enfrentar. Así señaló a los inmigrantes contra quienes ofreció muros, y a las élites económicas y políticas a las que dijo drenaría del pantano en el que se habría convertido Washington.
Pero este magnate neoyorquino no es como esa gente de la América profunda, no se parece a ellos, no viene de ahí y no conoce sus padecimientos en propia piel. Por eso muchos entendieron que no les representaba, y no pocos lo rechazaron y enfrentaron públicamente en su primera carrera hacia la Casa Blanca, advirtiendo que se trataba de un demagogo que buscaba utilizar el Partido Republicano para, sin representarlos, aprovecharse del descontento de ese fragmento del electorado.
Uno de los políticos que con mayor firmeza abrazó ese discurso fue James David Vance, a quien Trump eligió compañero de boleta en su intento de retornar a la presidencia de los Estados Unidos.
Le llaman JD, y es una de las figuras de mayor proyección en el hemisferio conservador. De orígenes humildes, logró salir de un entorno poco favorable con el apoyo de sus abuelos. Sirvió meritoriamente en el cuerpo de marines y obtuvo fortuna, con estudio y trabajo duro, pero también con el favor de un mecenazgo. Saltó a la fama a mediados de la década pasada cuando escribió la novela Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis (en español, Elegía campesina: una memoria de una familia y una cultura en crisis), convertida luego en filme. Narrada a partir de sus experiencias, constituye una radiografía de la forma de vida y la pobreza que padece parte del nordeste y medio oeste de los Estados Unidos tras el desmonte industrial iniciado en los años noventa del siglo pasado.
Con el mismo perfil matón y discurso altisonante de Trump, Vance cuenta además con un sentido de pertenencia que le conecta con la base económico-social de la nueva coalición que sustenta a los republicanos, conformada fundamentalmente por hombres blancos anglosajones, de baja educación e ingresos, protestantes y conservadores. Condiciones que pudieran convertirlo en una pieza clave del futuro republicano.
Un partido que abrazó un discurso como recurso electoral, pero que terminó por depender del vínculo formado por Trump con esa base social. Y que por tanto necesita producir una transición del partido de una persona al partido de una serie de ideas, que si bien resultan groseramente populistas y extremadamente conservadores, son con las que se identifican y representan los sentimientos de esos grupos demográficos y socioeconómicos.