Lo noté casi por accidente una mañana de regreso a casa, tras llevar a mi pequeña a la escuela, en mi habitual caminata vigorosa por el centro de la ciudad. Fue mi visión periférica la que me permitió advertirlo y decidí no mirarle directamente. Apenas alcancé a verlo un poco de lado en su también apresurado paso en sentido contrario. Por eso de no sé qué, algo de lo poco que pude ver de él no me gustó. Proseguí, no obstante y olvidé el fugaz encuentro.
Al día siguiente sin embargo, en la misma calle y cerca de la misma hora lo vi venir, o al menos eso creí a la distancia. Pero se desvaneció entre otros peatones y de repente, a escasos metros, entre la gente, lo veo aparecer: apurado, ceño fruncido, disgustado, casi evasivo, repelente. Por mala suerte, al fijar brevemente mi vista en él descubro que también me clava los ojos, oscuros, intensos, me afectan. Quito la vista de inmediato y le sigo con el rabillo del ojo. Me da calosfríos ¡qué desagradable! Nunca funcionó en mí en forma tan manifiesta eso de la primera impresión. ¿Por qué esa repulsa?
Aparece en la literatura del siglo XIX el término “factor químico”, que se popularizó entre las clases cultas de la época y se refería a los atributos de los elementos y compuestos químicos como responsables de las simpatías, atracciones o rechazos entre las personas.
Curiosamente, el término volvió a ponerse de moda en los ochenta del siglo XX y no es infrecuente escuchar todavía a algún joven –y adulto- decir “hacemos química”, refiriéndose a su atracción hacia y de otro congénere.
Bueno, de algo estaba seguro ¡Yo no hacía química con el extraño sujeto que había visto vez y media ¡ (Sí; media, porque medio lo vi, la primera vez ). En esta ocasión el mal regusto duró y lo comenté con mi compañera. Decidí pues, cargado de positiva determinación variar la ruta de la caminata. Otras calles. Y olvidé pues en escasos días el raro encuentro.
A la semana siguiente, habiendo borrado el incidente, entré inadvertidamente en aquella vía que por un tiempo evité y a poco menos de dos de sus cuadras me estremeció un golpe mental cuando caí en la cuenta de cuál calle había tomado en el mismo instante en que lo vi. Era él, se dirigía hacia mí, igual o aún más serio y desagradable ¡No podía creerlo, venía directo hasta donde estaba yo! Me detuve de golpe para evitar el encontronazo y el p…. también lo hizo.
Le miré como a un hito, a unos 4 ó 5 metros de distancia. Entonces él me echó un fulminante vistazo. No me apartaba la vista. Resolví en ese instante no huirle ni evitar su mirada, por más desagradable que fuera. Sentí palpitaciones. Ahí estábamos los dos frente a frente.
De repente, noto algo peculiar en sus ropas. Tiene gustos parecidos a los míos y su cara se parece a… veo entonces el entorno donde se encuentra de pie: una enorme vidriera con tinte polarizado que le sirve de fondo.
Me acerco entonces a él y sin rodeos le pregunto
-¿Por qué no te reconocí? ¡Me resultaste tan desagradable!
Pero no me escuchó: Me estaba hablando (¡qué mala educación!) al tiempo que yo le preguntaba.
Callé y sonreí.
(Andamos reflejando lo que no deseamos encontrar en los demás)