Actuó bien el presidente Luis Abinader al disuadir a los legisladores de su partido de aprobar un proyecto de código penal que, hasta donde recuerdo, por primera vez fue criticado por su significativo número de artículos que lesionan derechos ciudadanos, y no solo por la omisión de las tres causales.
De manera indirecta, con su sola opinión sobre la falta de tiempo, el presidente ejerció su liderazgo político para evitarse a él mismo la observación de una ley errática; una ley que en lugar de la modernidad atribuida por sus promotores, consagraría visiones de un atraso incompatible con los avances logrados, no pocas veces a trompicones, por la sociedad dominicana.
Pero al tiempo de agradecer al presidente que evitara el desaguisado, lo sucedido desnuda la falta de propuesta social y política, por decir lo menos, de un Partido Revolucionario Moderno que guardó un aprobador silencio frente a lo que consumaban sus miembros en el Congreso.
Con el eufemismo del respeto a las opiniones de sus legisladores, el PRM intentó lavarse las manos de culpa. Ni siquiera cuando reaccionó a las procaces declaraciones de Eugenio Cedeño, la cúpula perremeísta fijó posición respecto a ninguno de los temas suscitados por el debate del proyecto. En este caso, las posiciones fijadas por José Paliza y Carolina Mejía fueron más parecidas a un cristiano mea culpa que a la defensa del derecho de la mujer a ser respetada en su integridad como persona, la cual, por si no se han enterado, incluye su sexualidad.
Se dirá, no sin razón, que es iluso pedir peras al olmo. El PRM no se ha distinguido por planteos que busquen hacer avanzar al país hacia una sociedad de derechos, por asumir la vanguardia en propuestas que desmonten el andamiaje de nuestros atrasos culturales y políticos. Su idea de “progreso” está circunscrita a la promesa del bienestar material, como si este constituyera el único fin de la vida humana.
Voluntariamente al margen del debate, ovillado en la falsedad del libre albedrío de sus legisladores, el PRM pierde la oportunidad, que quizá nunca ha querido, de abanderarse de un cambio social que dé sustancia a nuestra democracia; que la libere del corsé de la gramática política y la convierta en algo vivo, en experiencia cotidiana del individuo de carne y hueso.
La intervención del presidente Abinader que evitó al país que presurosos congresistas, ahora desdicientes, aprobaran un proyecto de código que vulnera derechos e introduce discriminaciones, debería servirle al PRM para repensar su estrategia política frente a una sociedad que reclama una visión integral de sus necesidades sociales, políticas y culturales. Tendría que comenzar, y ofrezco una recomendación no pedida, por abandonar la idea de que las fidelidades electorales son inamovibles y de que su conservadurismo le gana adeptos, además de convencerse de que siquiera los tradicionales grupos fácticos son hoy lo que antes fueran.