El mundo anda en búsqueda de algo escaso. Más escaso que el litio. Más escaso que el oro. Tan escaso como la honestidad. Tan difícil de encontrar como la salvación. Es la paz. Las naciones quieren vivir en paz. Los gobiernos necesitan la paz para que los países progresen. Para que haya inversión. Mejor educación. Más empleos. Para que haya estabilidad y las instituciones funcionen. Para que vengan los turistas y los inversionistas instalen fábricas y procesos industriales en necesidad de técnicos, peritos y profesionales.
En este mundo interrelacionado la paz mundial es cada día más difícil de mantener. Los esfuerzos de grandes potencias por imponer su hegemonía están allanando el camino para la conflagración que a simple vista parece inevitable, sin que nadie pueda predecir la magnitud las consecuencias de semejante aventura.
Quise escuchar la opinión sobre este tema de un amigo extranjero con una enorme y extensa experiencia en asuntos internacionales. Hace muchos años vive aquí y ha prestado valiosos servicios al país. Respeto mucho sus juicios, aunque no todos los comparta, sobre temas mundiales. Le pregunté si Naciones Unidas tiene fuerza para impedir una posible guerra mundial y me contestó: “Es una misión imposible. La ONU permite el diálogo entre naciones, pero no posee el poder para mantener la paz en el mundo. Nunca fue esa la intención. Su precursor, la Liga de las Naciones tampoco lo logró.”
Me dijo con firmeza que lo que ha impedido una conflagración mundial ha sido el armamento mundial controlado mayormente por las principales potencias militares, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Ambas poseen el 90 por ciento del poder destructivo”. Y continuó diciendo: “La industria armamentista propulsora del desarrollo científico en nombre de la defensa e intereses nacionales, se ha convertido en el componente industrial más grande y rico. Hay muchos intereses envueltos. Debemos reconocer que la ONU también se ha convertido en un gran negocio.”
El orden, según Bill Wall, así se llama mi amigo, se impone por respeto o por la fuerza. Lo primero depende del nivel de desarrollo de los países. Se destacan los países nórdicos, muy influenciados por la inclemencia del clima que obliga a vivir ordenadamente. Imperan la disciplina y armonía colectiva para la supervivencia de los pueblos.
Los países tropicales, sigue diciendo Wall, “beneficiados por un clima benigno, viven en la improvisación, requiriendo de menor consumo de alimentos, ropas, y las viviendas son más simples. Esta diferencia incide en el comportamiento, costumbres y valores de los pueblos”.
“Las diferencias son muy marcadas. Se les añaden los intereses de los países más desarrollados, los grandes ricos y poderosos que se imponen sobre los demás.
“Y se comprenderá que la ONU no puede ir más allá de donde ha llegado”. Para Wall, lograr una paz duradera es una quimera.
A pesar de todo, sigo creyendo que la paz es un pilar fundamental para el desarrollo de los pueblos. Sin paz, los esfuerzos para mejorar la educación, la sanidad, la economía y el medio ambiente se ven obstaculizados. La paz proporciona el marco necesario para que las naciones trabajen juntas hacia un futuro próspero y sostenible, donde se respeten los derechos humanos, promueva la justicia social y se garantice el bienestar de las generaciones presentes y futuras.
¿Utopía? Es posible. Lo prefiero así.