Neruda es un poeta multívoco, caballo desbocado que tantas veces pareció perder el rumbo para volver a encontrarse con él, a orillas casi del abismo.
Enrico María Santí lo llama de tan distintas formas: poeta terráqueo, acuático, pluvial; poeta boscoso, selvático, exuberante; poeta reversible, radiante, insólito; demiurgo, demonio. Justo en ese mar de designaciones, tal vez se encuentre la clave de su grandeza, su omnipresencia como poeta inmortal, signo y marca de poeta y poesía en su más alta dimensión.
Nacería al mundo como poeta en 1923 con “Crepusculario”, hizo diez décadas en 2023. Tenía 19 años, aunque Neruda siempre anotaba las fechas en que iniciaba y concluía sus poemarios, de modo que tenían doble anualidad, en este caso 1920-1923, lo que significa que comenzó a escribirlo cuando tenía 16 años, un texto poético que incluye un extrañísimo y bello poema sobre el Padre Nuestro, sobre todo porque Neruda siempre haría galas de su ateísmo: “…rezo de la vida sencilla/ tiene un sabor de pan frutal y primitivo…[…]…Y el Padre-Nuestro en medio de la noche se pierde;/corre desnudo sobre las heredades verdes/ y todo estremecido se sumerge en el mar…”
Ya en este libro aparecerá “Farewell”, uno de sus poemas más evaluados por la crítica: “Para que nada nos amarre/ que no nos una nada. / Ni la palabra que aromó tu boca/ ni lo que no dijeron las palabras”.
Es este libro primero donde se estrena como poeta de tropos macerados y arriesgados, que serían con su caminar sello de su sonoridad y cosmogénesis poética. Cláusulas iluminadas que configuran un decir tronante, de jubilosa prodigalidad. Comienza el trayecto del poeta de “rosas tremantes”, de “aromos rubios”, de “plúmula trémula” y de cientos de otras expresiones que señalizaron su haber poético de forma original, asombrando a lectores indecisos que no podían descifrar los enigmas que subyacen en esas imágenes. Especie de abstraccionismo que no llegaba a lo barroco, pero que se le acercaba. Eran gajes. Neruda sabía instalar sus frases desconcertantes en el trampolín de sus verbalizaciones poéticas para dar el salto hacia la bruma insomne de sus delirios. Era un dios. Creaba a su imagen y semejanza desde los aleros de su divinidad arrebatada. “…si Dios está en mi verso/ Dios soy yo”.
“Crepusculario” es el poemario iniciático donde comenzará a vislumbrarse el poeta de corazón asfixiado que ofrenda toda su poesía, toda, aún la menos inmaculada y la más ideologizada, a los efluvios del alma y del amor. Aquí nace con el poeta mismo el trecho que recorrerá el poeta y que permitirá que surja su libro siguiente, “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. Hay varios ejemplos en “Crepusculario” del poeta que es y del poeta que viene, como lo confirma la lectura, mencionemos solo cuatro muestras, de “El nuevo soneto a Helena”, el poema 5 de “Farewell y los sollozos”, “Mujer, nada me has dado”, y “Melisanda”, completado con otro poema “La muerte de Melisanda”, su versión de Romeo y Julieta.
En el interregno entre “Crepusculario” y “Veinte poemas de amor…”, hay otro poemario que Neruda no dio a la luz hasta 1933, y que él anotó que había sido escrito entre 1923-1924, los años en que escribió el segundo de los poemarios indicados. O sea, antes de “Veinte poemas de amor…”, corrientemente señalado como el segundo poemario suyo, hubo otro, “El hondero entusiasta”, que dijo tardó diez años en publicarlo “por su acento general de elocuencia y altivez verbal” y porque lo “perjudicaba íntimamente”. Un documento, denominación suya, de varios altibajos que el propio poeta advierte (“…este libro no quiere ser, sino el documento de una juventud excesiva y ardiente”). Aducía que muchos de los poemas de ese libro se extraviaron, otros quedaron inconclusos, con pedazos de menos, “fragmentos caídos al roce del tiempo, perdidos”. Es un libro que modifica sustancialmente la estructura que mostró en el primero, pero no su visión y el ritmo que siguió acusando sus intereses por el poema del corazón y del amor (“Eres toda de espumas delgadas y ligeras/ y te cruzan los besos y te riegan los días”). Los poemas son más extensos, menos cortantes. Son 12 paradas numeradas, 12 poemas, el ensayo de los que vendrán de inmediato, en todo lo que Saúl Yurkievich llama su “especialización en el corazón, donde “el sentido se intrinca, se atolondra y arrebata”.
Entonces, llegó “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. Yurkievich ha dicho que no hay libro que no provenga de otros libros, y que, en el caso de Neruda, las influencias fueron múltiples: de poetas desconocidos, de poetas que solo él llegó a nombrar más de una vez, y de poetas renombrados como Tagore, e incluso de Baudelaire, Verlaine y Rimbaud, que fueron dioses tutelares de la poesía por largo tiempo. Neruda llegaría a afirmar en sus memorias que cuando escribía estos versos él andaba en enamoramientos variados, avalancha de amoríos donde primaba una en específico. De ahí sus “torrentes y ríos de versos amorosos” y de cómo la palabra se plegaba “al alucinado dominio del amor que lo posee”, en la afirmación tan precisa de Yurkievich.
Son dos amores, no solo uno, los que primaban en el poeta en ese tiempo y que inspiraron los “Veinte poemas de amor…”: uno de una provinciana que él denominó “llama silvestre”, y otro en la capital chilena que nombró “fondo de miel oscura”. Neruda entraba con este tercer poemario -el segundo según la mayoría de las cronologías al uso- al conocimiento general de su poesía, a la popularización de su oficio de poeta. No fue con sus grandes libros posteriores, sino justo con éste con el que entró a la fama y se convirtió en el gran poeta que fue. Neruda mismo afirmó que la poesía de múltiples tópicos que ensayó en sus dos primeros libros -metafísico, cósmico, erótico- lo obligaba a cambiar de estrategia o retórica: “reduje estilísticamente de una manera deliberada mi expresión”. Estaba seducido por el “deseo erótico”, el amor de Albertina, hermana de uno de sus compañeros de bohemia, y de allí viene toda la canción, una sola derramada en veinte poemas apasionados y la final que trilla, y reafirma, desesperadamente el mismo instinto. Yurkievich, que es, entre todos sus críticos, el que probablemente lo ha estudiado más a fondo, anota que este es “quizá el libro de poemas que, hasta hoy, más ejemplares ha vendido en el mundo hispánico” y el que “varias generaciones de amantes lo han hecho su libro de cabecera”, marcando “un nuevo rumbo en la manera de nombrar el deseo”.
De hecho, es un diario del deseo, desde el inicio (“Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos/ te pareces al mundo en tu actitud de entrega”), hasta el final con “La canción desesperada” (“Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, / turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio…Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, / a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto”). Desde el poema 15 que inicia con un verso célebre: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”, y el que dio pie y calzado a un bolero criollo: “Una palabra entonces, una sonrisa bastan…”, hasta el multileído, cantado, declamado y traducido Poema 20: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…” donde moran los versos de un poema que ninguna cláusula ha perimido, porque todas han sido consumidas por la voracidad del amor y del suceso limpio y frenético de esta poesía de andares, vientos, abrazos y besos.
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“Veinte poemas de amor y una canción desesperada” acaba de cumplir en junio recién pasado 100 años. Fue publicado en ese mismo mes de 1924 en la editorial Nascimento, de Chile, con 96 páginas, sin numerar, y las criticas adversas del famoso critico chileno Alone y de Mariano Latorre. Fue el primer libro de Neruda publicado fuera de su país, en Buenos Aires, en la editorial Tor, en edición pirata que hizo fama. El poema 16 fue considerado un plagio de un poema de Rabindranath Tagore, lo que provoco “violentos ataques de prensa” de dos enemigos de Neruda, los poetas Pablo de Rokha y Vicente Huidobro. Neruda se defendió, pero en posteriores ediciones se agregó un epígrafe “Paráfrasis de Tagore”. La popularidad internacional de este libro centenario fue creciendo rápidamente. En preparación de sus 50 aniversario de publicado, en 1972, la editorial Losada, de Buenos Aires, puso a circular una edición conmemorativa de 2 millones de ejemplares.
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OBRAS COMPLETAS I
Pablo Neruda, Círculo de Lectores, 1999, 1,279 págs. Formidable edición al comando de Hernán Loyola y asesoramiento de Saul Yurkievich. De “Crepusculario” a “Las uvas y el viento”, sus poemarios desde 1923 a 1954.
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CIEN SONETOS DE AMOR
Pablo Neruda, Editorial Losada, 1965, 118 págs. Publicado originalmente en Chile en 1959. Sonetos de madera. Un todo manifestado con una suerte de sensualidad casta y pagana. El amor como vocación de hombre y la poesía como su tarea.
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PRÓLOGOS
Pablo Neruda, Editorial Sudamericana, 2000, 144 págs. Un libro que recupera un costado perdido en la vasta producción literaria de Neruda. La escritura de los prólogos que hizo a obras suyas y ajenas. Un lazo de amistad con muchos libros del pasado.
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TUS PIES TOCO EN LA SOMBRA Y OTROS POEMAS INÉDITOS
Pablo Neruda, Seix Barral, 2014, 128 págs. Poemas inéditos hallados en cajas, escritos en cuadernos, en el dorso de un programa musical, en el menú de un barco en plena travesía, a miles de kilómetros de altura en Rio de Janeiro. El mayor hallazgo de las letras hispanas en los últimos anos.
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PABLO NERUDA Y SU PRESENCIA EN SANTO DOMINGO
Mateo Morrison, Ediciones Ferilibro, 2004, 258 págs. Reunión de las ponencias del encuentro internacional nerudeano en Santo Domingo en 1981, con la presencia, entre otros, de Alberto Baeza Flores, Roberto Juarroz, Iván Silen, Rogelio Sinan y Carlos Marcelo Constanzo. En edición y prólogo de Mateo Morrison.