El Ministerio de Cultura ha propuesto eliminar la vulgaridad de los medios de comunicación, una idea loable que refleja la preocupación de quienes valoramos la decencia y repudiamos la banalización cultural. No obstante, esta iniciativa presenta un problema fundamental: puede percibirse como una restricción al derecho supremo de la libertad de expresión, lo cual no debe tomarse a la ligera.
Las experiencias abundan de reglamentaciones similares que terminan siendo utilizadas como mecanismos de censura por los gobiernos. La respuesta a la vulgaridad y la banalización no reside en suprimir a los medios o a los artistas, sino en una educación cultural eficiente y sostenida, aunque no es menos cierto que aquí hemos pecado de excesos. Es importante que se ponga freno al lenguaje soez sin limitar las ideas ni cómo se exponen. La propuesta del Ministerio será bien vista siempre y cuando se circunscriba al lenguaje y busque regular las frecuencias que, en nuestro país, son del Estado. Sin embargo, debemos ser cautelosos de que una buena intención no termine mal, como ha sucedido con el proceso de acceso a la información pública, que se ha convertido en un mecanismo de censura.