En el pasado cuando se producían lluvias copiosas, las primeras alertas se generaban para advertir a las personas que residían en las áreas de influencia de ríos, arroyos y cañadas. Las llamadas zonas vulnerables. Sin embargo desde hace unos años no hay en el país lugar más sensible ante los efectos de lluvias torrenciales que la ciudad capital y todo el Gran Santo Domingo.
Dos noviembres trágicos dan cuenta de esa nueva realidad, que nos fue recordada el pasado jueves cuando los acumulados de lluvia provocaron que las autoridades colocaran estas zonas en alerta roja, la máxima que emiten los organismos de emergencia.
A pesar de las alertas la ciudad colapsó, lo mismo que sucede cada vez que se presentan lluvias abundantes. Inundaciones en calles y avenidas y entaponamientos interminables, como ya viene sucediendo cada vez que en la capital cae mucha agua. Quienes vivimos en estos centros urbanos, desde que vemos los cielos grises comenzamos a preocuparnos, y quienes pueden a recogerse.
Este no es sólo el resultado de malas gestiones de gobiernos o la ineficiencia de las alcaldías en el manejo de los desechos sólidos, pero tampoco es únicamente efecto del calentamiento global y el cambio climático. Estas inundaciones básicamente revelan el desorden y la falta de planificación en el vertiginoso crecimiento del Gran Santo Domingo.
Y es que donde antes había casas unifamiliares, con más terrazas y patios que edificaciones, ahora unas al lado de otra se suceden torres de apartamentos cuyas estructuras ocupan cada centímetro de terreno. Sin ningún área verde para que las aguas de las lluvias drenen al subsuelo, pero tampoco sistema de drenaje pluvial o alcantarillado sanitario. Un proceso constante en el transcurso de las últimas décadas que se produjo con cero planificación, dirección u orientación del Estado.
Que tampoco tuvo políticas para la creación parques urbanos que mitigaran los efectos de esa expansión demográfica y de infraestructuras. El último gran pulmón verde que se estableció en el Gran Santo Domingo fue el Parque Mirador Norte, hace más de treinta años. Y los existentes, como el Parque Botánico, el Centro Olímpico y el Mirador Sur, han perdido terrenos por la construcción de obras en su interior o ya resultan insuficientes para la densidad de las infraestructuras que se encuentran a sus respectivos entornos.
Se hace urgente una solución. Que no será fácil ni barata. Y que no pueden afrontar las alcaldías. Tiene que ser un abordaje que encabece el gobierno central. Pues debe partir de una visión integral, que no sólo pase por la construcción de un amplio y robusto sistema de drenajes pluvial y sanitario, sino también por el necesario establecimiento de áreas verdes y parques, aunque ello implique la reubicación de sectores y hasta de barrios completos.
Inversiones aplazadas durante años. Relegadas bajo la premisa de que, como esas obras se realizaban debajo la tierra, la gente no las veía y por tanto no las apreciaba.
El problema es ya no sólo se ve, es que nos inundan revelando el desorden, desidia e improvisación que imperan en la sociedad dominicana.