En Bolivia, el Ejército decidió irse en contra del gobierno electo democráticamente e intentó un golpe de Estado. Pensaba que habíamos dejado esas malas mañas en el pasado, pero los representantes de los extremos no cesan en sus deseos de generar inestabilidad y de liquidar los esquemas democráticos que tanto costaron a la región.
El ejemplo de Bolivia evidencia la conducta de las poderosas oligarquías latinoamericanas, que siguen alimentando sus ínfulas de control y de mantener sistemas en los cuales la desigualdad no aguanta más.
A estas alturas del juego, que un Ejército se plantee y ejecute la idea de derribar un gobierno electo es una vergüenza para América Latina, como lo es que esas mismas fuerzas castrenses se presten a impedir que procesos democráticos se manifiesten con libertad en países donde la extrema izquierda domina gracias a la fuerza.
La agresión militar en Bolivia, el control dictatorial en Venezuela, Cuba y Nicaragua, los desórdenes en Perú, el fracaso de la paz en Colombia, las locuras de Milei en Argentina, la fórmula radical de Bukele en El Salvador, entre muchas otras desdichas, han resurgido en un mundo que ha decidido alimentar los extremos, volver a las prácticas de usar las armas y matar el sistema democrático. Los únicos que ganan en estos desaciertos son los grandes fabricantes de armas, las clases económicas oligarcas, los gobernantes corruptos y la población global. Este desorden, esta regresión, no es casual. En el fondo están los intereses de quienes entienden que perdieron el control de la globalización y quieren que volvamos a una sociedad global bipolar, con una política de bandos antagónicos que debe reflejarse a todos los niveles.
Mientras veo las noticias sobre el golpe de Estado contra el gobierno de Luis Arce, recuerdo aquella canción de Rubén Blades de título “Buscando América”. Decía en un estribillo: “Te estoy buscando América y temo no encontrarte, te han desaparecido los que temen a la verdad”. Y ese problema permea. Al final, aceptar la realidad de las urnas es muy terrible para aquellos que viven de la mentira, sean de izquierda o de derecha, porque los mentirosos no tienen ideología.