James McCargar nació en California en 1920, estudió a Stanford University e ingresó al Servicio Exterior en 1941, ocupando posiciones en la Unión Soviética, República Dominicana, Hungría, Italia y Francia. Oficial Económico y Consular de la misión diplomática en Ciudad Trujillo entre 1943/44, a mediados de los 90 recordaba que, a su llegada, era Avra Warren (1893/1957) el Embajador, a poco de elevarse las legaciones latinoamericanas a rango de embajadas bajo la sombrilla de la Política del Buen Vecino del Presidente Franklin Delano Roosevelt. Eran tiempos de la Segunda Guerra Mundial y el continente se sumaba al esfuerzo que libraban las tropas norteamericanas garantizando el suministro seguro de materias primas.
Con Warren -calificado como un “duro capataz”-, McCargar generó cercana empatía, incluyendo conexiones ocasionales con Trujillo, definido éste como un hombre de energía extraordinaria. “Recuerdo haber ido a una velada social en su finca en las afueras de la ciudad. A las 3 o 4 de la mañana, algunos invitados literalmente se escabulleron para regresar a casa. Al Jefe no le gustaba que la gente abandonara sus fiestas. Insistió en que todos permanecieran. Allí me hallaba con mi esposa, estancados. Trujillo bailó con ella, quien dijo que era un bailarín magnífico. Fue en la época de Warren y el embajador estaba acostumbrado. Finalmente nos despidieron alrededor de las 5:30 de la mañana. Warren tuvo que quedarse con Trujillo hasta las 8 en punto.”
Trasladado Warren a Panamá, le sucedió Ellis O. Briggs (1899/1976), quien ocupaba su primer puesto de embajador tras servir en Perú, Cuba dos veces, Chile y en Washington como Jefe de la División de Centroamérica y el Caribe. Según McCargar, no habían pasado dos semanas, cuando ya los dominicanos se referían coloquialmente a Briggs como «El Destroyer».
“Esto era típico de lo que estaba sucediendo en el área latinoamericana en el Departamento de Estado en ese momento. Había dos escuelas de pensamiento: o te acurrucabas con los dictadores y les seguías la corriente, porque los necesitábamos. O esto va en contra de toda nuestra moral, posición, derechos, etc., y usted debe indicar su desaprobación. Warren era de la primera escuela, Briggs de la segunda. Ellis dejó muy claro que desaprobaba al Benefactor de la Patria.”
A McCargar, los hijos del dictador no le impresionaron, excepto Flor de Oro. “Era obviamente la que había heredado la sagacidad de su padre, su crueldad, su energía y brillantez. Ella tuvo nueve maridos y se dice que asesinó al séptimo, un coronel estadounidense. La historia fue que murió quemado en la cama. Era una mujer extraordinaria. Parecía un poco negroide y era una criatura muy, muy atractiva. Alguien acerca de quien había que tener mucho cuidado.”
Lo único que disfrutó el joven diplomático en su estancia fue su relación con la Dominican Republic Settlement Association (DORSA), proyecto impulsado por entidades de New York que asentó a unos 750 refugiados judíos en tierras de Sosúa en los 40. McCargar alude a la conferencia de Evian que congregó en 1938 a 32 países para buscar salidas al problema judío y de otros perseguidos por el nazismo en Europa. “Trujillo se robó el espectáculo. Todos los demás dudaron. Pero Trujillo no dudó. Su delegado anunció que República Dominicana recibiría la cantidad que quisieran enviarnos».
“Como había dinero americano involucrado, uno de mis trabajos fue cuidar este acuerdo. Pasé todos los fines de semana que pude en Sosúa. Me levantó el ánimo. La gente era una absoluta delicia. Sus reuniones de los sábados por la noche eran alegres y, lo confieso, llamativamente europeas. Eran farmacéuticos, médicos, abogados, banqueros, comerciantes, profesionales de todo tipo, oriundos de Alemania, Checoslovaquia, Polonia, Hungría, Austria, Rumanía, tratando de labrar la tierra. Eso era tan duro como debió haber sido Massachusetts cuando llegaron los peregrinos. Fue una experiencia impresionante y entrañable.”
McCargar se relacionó con David Stern, un judío ruso. “Él y yo, que habitualmente hablábamos ruso, nos hicimos grandes amigos. Me dio un diccionario cuatrilingüe publicado en Rusia a mediados del siglo XIX, dedicado a la emperatriz María Alexandrovna. Me escribió una hermosa dedicatoria, en ruso. Todavía está sobre mi escritorio, aunque el deterioro del papel empieza a preocuparme. A través de Stern fui aceptado como amigo por los oficiales de la DORSA y su grupo judío-estadounidense, patrocinadores de la organización en Nueva York.”
Al hablar de cómo era la República Dominicana bajo Trujillo entre 1943-44, el joven diplomático se explaya. “Para mí fue un espectáculo lamentable. (Eso sí, era el país favorito de Sumner Welles, aunque despreciaba a Trujillo, y una de mis tareas mensuales era cuidar de que varias cajas de su cigarrillo dominicano preferido estuvieran en la valija del Departamento de Estado). La población era aproximadamente una cuarta parte de lo que es hoy. Los dominicanos están entre las personas que más crecen en el mundo. Simplemente se reproducen. La población de todo el país era, creo, 1 millón o algo así cuando estuve allí (el Censo 1935: 1 millón 479 mil y el de 1950: 2 millones 135 mil). Ellos viven muy mal. La mayor parte de la población era negra, aunque Trujillo había aprobado una ley que decía que todos los dominicanos son de raza blanca. Esa era la ley. También aprobó una ley que decía que República Dominicana se encontraba en la zona templada, lo que las propias temperaturas invernales desmentían.”
“Trujillo dirigió un régimen tan corrupto. Recuerdo que tenía un ayudante llamado Mora, cuyo nombre he olvidado. Un tipo alto, muy guapo y con mucho encanto. De todo el azúcar que se vendía, obtuvo tantos dólares o centavos por bolsa que eso lo convirtió en un hombre muy rico. El playboy dominicano Rubirosa estaba muy a favor de Trujillo. La economía: el azúcar era el cultivo principal, pero también cosechaban tabaco, café, cacao y bananos, y exportaban maderas duras. Eso fue todo, aunque hubo esperanzas de bauxita mientras estuve allí, las cuales no creo que se materializaran.” (Alcoa Exploration Co. inició la explotación de bauxita en Cabo Rojo Pedernales en 1959).
Cómo le pesaba la mano a Trujillo, una cuestión para contrastarla con la atmósfera del NKVD soviético, cuya experiencia en la URSS fue previa para McCargar en su carrera diplomática. “Tuve que reírme porque era lo mismo. Recuerdo haber estado sentado al lado del Beria de Trujillo en una cena una noche. Sabíamos que este era el hombre que realizaba las ejecuciones cuando era necesario. Se mostró impasible… pero observador. No era conversador. Hubo un más visible signo de la dominación de Trujillo. En el extremo noroeste del país, cerca de la frontera haitiana, no recuerdo el nombre de la ciudad, hay una ladera grande. En enormes letras de cemento blanco, que recordaba en tamaño al famoso «Hollywood» del sur de California, estaba escrito: «Dios y Trujillo«. Lo hizo cambiar por «Trujillo y Dios». Todo eso me produjo cierta hilaridad irónica al ver las similitudes entre los cuernos de hojalata del Dictador caribeño y el gran amo del Imperio ruso.”
Durante la Segunda Guerra Mundial, “se suponía que lo único que debían hacer los dominicanos era proporcionarnos lo necesario, el azúcar y sus cultivos de exportación que necesitábamos. Pero Trujillo dio mucha importancia a su apoyo a Estados Unidos y los Aliados en la guerra, particularmente cuando vio, durante el período de Ellis Briggs allí, que estaban tratando de socavarlo, en un sentido popular, obviamente sin nada concreto. Como resultado, un día ordenó un desfile para demostrar su gratitud a los americanos, a la gran república del Norte. Se instaló una gran tribuna y toda la embajada, que no era tan grande, iba a estar allí en el stand presidencial con Trujillo.
“En aquella época teníamos, como ya todo el mundo sabe, los llamados agregados legales, que eran oficiales del FBI. Ellos fueron la pequeña victoria de J. Edgar Hoover sobre el general William Donovan y la OSS (organización de inteligencia predecesora de la CIA): esta última se quedó con el mundo, excepto América Latina; Hoover consiguió América Latina. Nuestro hombre del FBI era un tipo muy agradable. Él consiguió información de que alguien iba a tirar una bomba durante el desfile, que iba a asesinar a Trujillo mientras pasaba el desfile. La pregunta que se hizo entonces fue: ¿los miembros de la embajada estadounidense se van a sentar en la caseta principal o no?
“Bueno, nos preocupamos y nos preocupamos. Sólo en la mañana del gran desfile se tomó la decisión de que estaríamos allí presentes. Basados en cierta seguridad que este hombre del FBI había recibido de los complotados, de que no iban a borrar de la escena a la embajada norteamericana, y que podían borrar a Trujillo sin afectar al resto de nosotros. Entonces fuimos y no pasó nada. En otras palabras, muy por debajo había una oposición activa al viejo. Pero nosotros no estábamos en condiciones de hacer nada al respecto. Tenía al país bajo un control muy firme, gracias a fortunas como las que amasó Mora, y gracias a la fría vigilancia ejercida por su jefe de la policía secreta.”
¿Qué hizo el Embajador Ellis O. Briggs para acreditarse entre el común con el sobrenombre de «El Destructor»? Según James McCargar, Briggs “lo dejó claro con su actitud y sus declaraciones públicas, sin llegar a insultar a Trujillo, en el sentido de que creíamos en la democracia y no nos gustaba la corrupción en los gobiernos. Todo fue muy indirecto, pero el punto de mira estaba claro. Trujillo no era tonto. Entendió el punto y también lo hizo buena parte de la población.”
Nelson Rockefeller, Coordinador de la Oficina de Asuntos Interamericanos, visitó el país en noviembre de 1944. Agasajado e instrumentalizado por Trujillo, se produjo un tenso forcejeo con el incómodo embajador Ellis O. Briggs, quien le reclamó en la Residencia enfatizar en sus declaraciones la vigencia de los principios democráticos de la Carta del Atlántico. Este conflicto le costaría a Briggs su remoción del cargo en enero de 1945 y la degradación de rango, yendo a parar a China como ministro consejero. Como en otras ocasiones, la soga se rompió por lo más fino.