Al parecer la orden de eliminar a Guillermo Rubirosa Fermín vino desde las más altas instancias del Estado. Durante los meses finales del gobierno de los doce años de Joaquín Balaguer, fue la persona más buscada por los organismos de seguridad del Estado, el enemigo público número 1.
Varias veces logró romper el cerco policial gracias a su valor y determinación, capaz de infundir tanto miedo entre los miembros del equipo de búsqueda y captura de la Policía que se paralizaban al percatarse de su presencia.
En su pueblo natal, La Romana, los más viejos todavía recuerdan que en los momentos más críticos de la búsqueda, Rubirosa Fermín se sentaba en el parque central con una pistola calibre 45 en la cintura. Se dice que todos sabían que estaba ahí, sin embargo, los policías no se atrevían a ir por él.
Tan avieso fue el accionar de los oficiales adscritos al temido Servicio Secreto de la Policía, que llegaron al punto de amedrentar, arrestar y someter a la justicia a su esposa, Margarita Franco, además de detener a otros miembros de esa distinguida familia en múltiples ocasiones, los cuales no tenían idea del paradero de Rubirosa Fermín. Por suerte esos tiempos fueron superados.
El pasado 26 de marzo se cumplieron 46 años de su muerte en San Pedro de Macorís, a la edad de 33 años. Las imágenes de la viuda reclamando el cadáver recorrieron el mundo. En esa época, el periodista César Medina, mi padre, cubría la fuente policial como reportero del desaparecido periódico Última Hora y nunca olvidó los llantos desesperados de su señora esposa y la vehemencia con que exigía su legítimo derecho de dar cristiana sepultura a su compañero de vida.
Solo muchos años después pudo la viuda localizar el cadáver de Rubirosa en el Cementerio del Barrio Cristo Rey, enterrado con otro nombre y, posteriormente, trasladarlo al nicho familiar en el cementerio de la avenida Máximo Gómez.
Rubirosa Fermín era un caballero de trato afable, de demostrado valor y coraje personal, firme y ecuánime defensor de sus posiciones revolucionarias, pero implacable con sus enemigos. El gobierno lo acusaba de participar en asaltos a entidades financieras, canjeadores de cheques y empresas de transporte de valores. Junto a su movimiento, Los Trinitarios, reivindicaba políticamente esas ocurrencias, ya que el dinero era usado para sustentar las actividades revolucionarias, nunca para gastos personales como se afirmaba.
El gobierno de turno estaba enfrascado en una dilatada guerra represiva contra la llamada subversión comunista internacional, con excesos que llegó a reconocer, en su momento, el jefe de Estado.
Rubirosa y Los Trinitarios se enfrascaron en los rigores de la llamada guerra armada revolucionaria. Sin embargo, sus amigos y familiares no veían en él a un hombre violento ni agresivo, sino más bien carismático, sincero, cariñoso con los niños, solidario, lector voraz, familiar. Le apasionaba realizar ejercicios físicos y adoctrinar a sus compañeros de causa, y luchó y murió defendiendo lo que creía.
A Rubirosa no lo pude conocer. Cayó abatido a tiros por la Policía meses antes de yo nacer, pero su mayor legado, su hija más pequeña, Patricia, ocupa desde hace años el lado izquierdo de mi cama y la parte central de mi corazón.
Patricia creció sin su padre, pero rodeada de amor para convertirse en una mujer valiente, inteligente, independiente, sincera, responsable, altruista, de fuerte personalidad, condiciones heredadas de su papá…. la belleza, la heredó del lado materno.