Algunos de los hijos de quienes hoy tienen asiento en el Comité Político del PLD tenían entre cinco y diez años cuando sus padres ya eran miembros; otros no habían nacido. Pasaron la mayor parte de su vida viéndolos regresar, al filo de la medianoche, de las reuniones políticas. Para esa generación, que se sitúa entre los 30 y los 50 años, ese cuadro se hizo tan familiar que su lealtad al partido sigue trenzada a tales nostalgias.
Terminó el siglo XX, nos sorprendió el segundo milenio y ese relato perdura con muy pocas grietas. Para hacer más aburrida la historia, el viejo buró del PLD continúa reuniéndose desde los setenta en la misma casona victoriana de la avenida Independencia, número 401, hoy remozada con fondos de una organización opulenta que, gracias a dos decenios de gobierno, supo migrar de las rifas de carros Lada, en sus inicios proletarios, a las yipetas propias, en sus glorias burguesas.
Durante veintiocho años el PLD fue un coliseo para el duelo de sus dos cabezas: Leonel Fernández, que este año cumple 71 años, y Danilo Medina, 73. La tensa coexistencia de esas cansadas rivalidades terminó cuando Fernández, tras 47 años de militancia y 17 de presidencia, decidió abandonar el partido y formar otro en el 2019. Al amparo de una disciplina casi monástica, los miembros del Comité Político supieron torear esa disputa.
En momentos distintos, los dos caudillos prometieron abrir sus cauces al relevo generacional. Fernández, en un arrebato de furor, proclamó que el PLD era una “fábrica de presidentes”; Medina, por su parte, usó la metáfora de la “sangre nueva” para aludir a la misma intención. La fábrica nunca estrenó su producción ni la sangre nueva fue inoculada en el arrugado cuerpo de un partido que fue perdiendo razón ideológica y empatía popular, a pesar de los simulacros de relevo que artificiosamente personificaron Gonzalo Castillo y Abel Martínez, portadores de la misma tipificación sanguínea: la old policy.
Reynaldo Pared, Amarante Baret, Francisco Domínguez Brito y Andrés Navarro perdieron pelo o echaron canas. Y es que en los últimos montajes convencionales se impuso la línea de la vieja dirigencia. Esos muchachos, ya maduros y como actores de reparto, fueron usados para exhibir la apariencia de que en el partido se movía una dinámica participativa. Lo penoso es que se creyeron el papel. Hoy el PLD, disminuido y descalabrado, entra en un trance extintivo: un viejo armazón dominado por una logia de vejestorios desconectada de los tiempos, útil como club de veteranos para rumiar las pasadas delicias del poder; solo faltarían el campo de golf, las guayaberas y los tragos de escocés a la roca.
Ya Danilo Medina presentía este infausto presente poco después de las elecciones del 2020, cuando falseó la renovación del partido con la entrada de algunos muchachos al Comité Político. Para esos jóvenes fue un momento pletórico; para los miembros del alto concilio, una muestra de honorable “desprendimiento”. Hoy, ser parte del comité político de un partido vapuleado y arrimado como el PLD no es una distinción tan preciada como para arrancar los suspiros que exhalaron esos muchachos al ser exaltados al sagrado colegio cardenalicio.
Lo esperable es que, en esas circunstancias, una dirigencia añosa y holgazana no se resista a que un grupo de jóvenes ocupen sus asientos. Pero no estemos tan seguros, porque probablemente para la mayoría de esos veteranos ser miembro de ese órgano sea la única actividad meritoria que ocupe sus vidas; entonces la renovación empiece a tropezar con tal obstinación. Ese camino se allana, sin embargo, con el reciente anuncio de Danilo Medina de que no aspirará a una nueva candidatura a la presidencia partidaria, principal traba a cualquier intención renovadora. Y es que ninguna reforma estructural en el PLD será posible con el pesado estorbo de esos viejos, como tampoco será obra solo de los bríos mileniales.
Creo que como premisa se impone una renuncia colectiva del actual Comité Politico para facilitar la reestructuración orgánica del partido, en la que se contemple la creación de un “consejo senior” o “de ancianos”, que puede ser presidido por el de mayor edad de los actuales miembros del Comité Político y que, sin poderes vinculantes, sirva de alta mentoría a un órgano ejecutivo (viejo comité político) predominantemente joven, dinámico, horizontal y bien formado.
Pero tampoco debemos llenarnos de entusiasmo con la juventud como factor de renovación de una organización. Hay jóvenes en biología y viejos en política; el mejor ejemplo es Abel Martínez, que no pudo conectar su juventud con el electorado, frente a candidatos de generaciones más viejas, porque no tenía un pensamiento político joven ni consistente con las expectativas de cambio, especialmente del electorado debutante.
Pero, además, la reestructuración es de la organización y no de los miembros; es el partido el que debe renovarse en visiones, estructuras, ingenierías corporativas, imagen, ética y formación política y eso no puede necesariamente suceder, aunque el ciento por ciento de los miembros del Comité Politico tenga 25 años. La subsistencia de PLD pasa entonces por una disyuntiva inexorable: o se reforma o se reforma, sin las prisas electorales o sin ver en un liderazgo emergente un proyecto de candidato presidencial de entrada. La otra opción es ser una copia servil del PRD o, usando la estupenda imagen de Guido Gómez Mazara: ser “un partido pequeño para grandes negocios políticos”.
Hoy el PLD, disminuido y descalabrado, entra en un trance extintivo: un viejo armazón dominado por una logia de vejestorios desconectada de los tiempos, útil como club de veteranos para rumiar las pasadas delicias del poder; solo faltarían el campo de golf, las guayaberas y los tragos de escocés.