Hay silencios que rondan en una familia como una sombra. Así se sentía la ausencia de Alcira Soust Scaffo en el círculo íntimo de Agustín Fernández Gabard, su sobrino nieto, guionista y director del aclamado filme documental Alcira y el campo de espigas.
A Alcira se le recuerda, entre otras cosas, por resistir estoicamente escondida en un baño, doce días, durante la ocupación de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) por parte del ejército mexicano en el año 1968. Así, se convirtió en un símbolo de la resistencia estudiantil.
Agustín es fotógrafo y creció oyendo historias sobre su tía abuela, entre añoranzas y dolor, pues ella emigró muy joven a México –país que la adoptó–.
Alcira fue una maestra rural y poeta uruguaya, que viajó en 1952 con una beca de la UNESCO, para hacer una especialización en el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (CREFAL).
Vivió dieciocho meses en Pátzcuaro, Michoacán. Su viaje de regreso a Montevideo estaba pautado para diciembre de 1953, pero Alcira no tomó ese vuelo. Tuvieron que pasar 36 años para el retorno.
En México había sido amiga del escritor chileno Roberto Bolaño, quien luego la recreó como Auxilio Lacouture, «la madre de la poesía mexicana», un personaje entrañable que aparece en dos de sus novelas: Los detectives salvajes y Amuleto. También entabló amistad con el poeta español León Felipe y el muralista mexicano Rufino Tamayo.
Vivió durante décadas entre los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, cuidando de sus jardines, donde cultivaba amigos y repartía versos. En las manifestaciones estudiantiles era legendaria por entregarle sus poemas y flores a la policía.
Agustín quería saber quién había sido Alcira más allá del mito, sin embargo, lo único que conservaba la familia era un sobre con poemas, fotografías y cartas.
FIACI y el poder transformador del arte
Por lo que empezó a contactar a amigos que ella había dejado atrás en México. En la recopilación de información, milagrosamente apareció una caja con las pertenencias y escritos de su tía abuela, que había sido guardada por un exestudiante de la universidad.
Este hallazgo fue un elemento crucial para componer las piezas del filme, y con lo cual la UNAM, a su vez, pudo hacer una exposición sobre la vida y el legado de Alcira en México.
El documental tiene una hermosa narrativa visual y musical, recoge sus poemas, todos escritos a mano, ya que en vida nunca los publicó; ella fue su propia editorial. También reconstruye el retrato de una mujer en sus distintas facetas, humanizándola, y, sobre todo, buscando un adiós pendiente que honre su impronta y poesía.