Siendo yo un niño, allá por la década del 50 del siglo pasado, escuchaba a mis abuelos en mi pueblo de Moca tararear con entusiasmo una canción que estuvo de moda: “Ya Santiago tiene lo que no tenía, una planta eléctrica y agua en tubería”. Los abuelos valoraban el momento en que pudieron obtener el líquido por tubería, primero en Santiago, y luego en los demás pueblos del Cibao.
Leyendo un libro de la profesora Carmen Durán sobre el centenario del acueducto de Santiago (1915-2015), me enteré de cuán profundo era el sentimiento que llevó a aquella canción. Y descubrí la importancia del oficio de los aguateros, ya desaparecido, aunque los camiones que todavía transportan agua en cisternas son un espejo del trajinar de aquellos tiempos.
Dice Carmen Durán que “durante las últimas décadas del siglo XIX e inicios del XX el aprovisionamiento de agua tenía un carácter artesanal, era tomada directamente del Yaque y acarreada desde el río a lomo de mulos, asnos y carretas… su almacenamiento se hacía en tinajas y tanques que conservaban el agua, sirviendo también los aljibes y pozos como reservorios”.
Pedro R. Batista, citado por ella, narra que “centenares de mozos ejercían el oficio de cargador de agua. Usaban burros aperados con canastos para 4 bidones, de 3 a 4 galones cada uno, bien tapados… el agua también se expendía en barricas, adaptadas a las carretas y tiradas por tres mulos… el expendio comenzaba en la madrugada… los cargadores de agua no bajaban de 100… un viaje de agua de 4 bidones costaba cuatro centavos… al agente de la policía, al recaudador, había que pagarle 5 centavos.”
Un dato curioso _reseña dona Carmen_, fue la imposición de un impuesto por medio del cual se debía proveer de una placa de metal a los burros sin la que no se les permitía a sus dueños el tránsito y acarreo de agua… es posible que los jumentos tuvieran placas primero que los escasos automóviles existentes en Santiago.
No sabemos si la placa se instalaba en la gurrupela (americanismo) que estabiliza el aparejo al sujetarlo a la base de la cola del burro (lugar sensible e íntimo), o se colgaba del cuello del animal. Como los jumentos no tienen chasis, la placa puede que no fuera individualizada, sino que perteneciera al dueño para usarla indistintamente en un ejemplar o en el otro.
En 1905 se construyó el primer atisbo de acueducto en Santiago (agua por tubería), aunque limitado. Lo instaló la Casa Azul de Pedro Redondo y Enrique Pastoriza en la esquina de las calles Comercio y Barranca. Disponía de baños públicos (duchas y regaderas). El negocio cerró por problemas relacionados con las condiciones del suministro.
En mayo de 1910 se formó la Compañía de Agua, Luz, y Fuerza Motriz. En 1912 se firmó el contrato de suministro, suscrito por J.J. Moore y Co. de Boston, inversionistas, A.W. Litghow, contratista, y José María Benedicto, presidente del ayuntamiento.
La obra se inauguró en 1915. Al poco tiempo ocurrió el primer apagón, preludio de los muchos que vendrían después hasta nuestros días. Y surgieron conflictos entre el concedente (ayuntamiento) y el concesionario (compañía). En aquel entonces se pensó que los ayuntamientos no tenían la capacidad para hacerse cargo del suministro de servicios tan delicados, percepción que aún se mantiene.
En 1924, en el gobierno de Horacio Vásquez el Estado dominicano compró la compañía de Agua y Fuerza de Santiago. En 1955, en el gobierno de Trujillo, la generación y distribución eléctrica pasó a ser atribución exclusiva de la Corporación Dominicana de electricidad (CDE).
En estos momentos la inversión y gestión de los acueductos es de responsabilidad estatal, aunque existen empresas privadas que la comercializan en envases pequeños.
En cuanto a la electricidad, tanto el Estado como el sector privado poseen inversiones y operan empresas de generación, rentables. En cambio, las de distribución son de capital estatal y operan con pérdidas que cada año superan los US$1,000 millones. Gozan del urticante privilegio de manejarse con criterio político. Las cuantiosas pérdidas se socializan.
Ante ese panorama surgen inquietudes y preguntas. Por ejemplo: ¿Habrá en el futuro cercano posibilidades de disponer de energía y de agua de calidad, sin interrupciones, y de conciliar esa aspiración con la obligación de pagar el costo del servicio para poder mantener la salud financiera del sistema? ¿Será posible separar el monto del subsidio (focalizado) del pago por la prestación del servicio, de acuerdo con el consumo realizado?
Esas preguntas flotan en el ambiente, sin que se vislumbre todavía el surgimiento de respuestas concretas.
Dice Carmen Durán que “durante las últimas décadas del siglo XIX e inicios del XX el aprovisionamiento de agua tenía un carácter artesanal, era tomada directamente del Yaque y acarreada desde el río a lomo de mulos, asnos y carretas… su almacenamiento se hacía en tinajas y tanques que conservaban el agua”.