El 23 de abril de 1984 a las siete y media de la mañana recibí en mi casa una llamada de la oficina del licenciado Hatuey Decamps, ministro de la Presidencia del gobierno del doctor Salvador Jorge Blanco. Se requería mi presencia en su despacho lo antes posible. Pregunté el motivo de esa premura. Hay problemas, respondió mi interlocutor. Hay disturbios en la parte alta de la ciudad.
Hatuey me mandó a llamar porque en ese momento yo era el encargado de relaciones públicas del Poder Ejecutivo y había que manejar una estrategia para informar a los medios de comunicación lo que estaba pasando y la posición del gobierno en frente al fenómeno en desarrollo.
Ese lunes era el primer día laborable después del asueto de la Semana Santa. Miles de personas habían regresado a la capital el domingo en la tarde y la noche sin siquiera sospechar el movimiento social que estaba en marcha en la parte alta de la ciudad.
El gobierno tenía serios problemas económicos y había firmado un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que obligaba a tomar una serie de medidas restrictivas que provocaron una subida violenta de los precios de todos los productos de primera necesidad.
El levantamiento popular que Juan Bosch bautizó como “poblada” se iba extendiendo entre los barrios populares como Simón Bolívar, Cristo Rey, Gualey, Villa Juana, Villas Agrícolas, Villa Duarte y Los Alcarrizos.
Turbas urbanas estaban asaltando comercios a plena luz del día cargando con la mercancías del negocio asaltado. Todo esto ocurría sin que los agentes del orden público aparecieran por el lugar para intervenir. Había quemas de neumáticos por todas partes y la situación parecía indetenible.
Salí del palacio de gobierno al filo de las siete de la noche para dirigirme a mi casa ubicada en las cercanías del palacio de la Policía. Decidí entrar a la oficina del general Hermida, jefe de la Policía en ese momento.
Le dije al general que en Palacio había preocupación por la dejadez de la Policía al no enfrentar a los manifestantes que asaltaban comercios. Me dijo: “González, la tropa está cansada por el mucho trabajo de Semana Santa. No tengo suficientes policías. No puedo hacer nada más de lo que se ha hecho”. Justo en ese momento recibió, en mi presencia, una llamada telefónica del Presidente Jorge Blanco. Ni quise escuchar. Seguí hacia mi hogar. Después supe que le trató el mismo tema del que le había hablado.
Al día siguiente seguían los acontecimientos. Jorge Blanco convocó para las diez de la mañana una reunión de gabinete en la sala del Consejo de Gobierno.
Apenas había comenzado cuando hicieron su entrada al salón el doctor José Francisco Peña Gómez, Vicente Sánchez Baret y el resto de la plana mayor de los dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano.
Peña Gómez fue enfático al expresar que lo que estaba ocurriendo era una trama para tumbar al gobierno. Le dijo a Jorge Blanco, sentado a su lado, “Presidente, si usted no saca la guardia a la calle van a tumbar el gobierno”
Jorge Blanco advirtió que si seguía ese consejo correría mucha sangre. Explicó que los militares están entrenados para disparar, no para bregar con turbas.Peña Gómez y sus acompañantes se retiraron del salón al terminar el presidente de hablar.
El presidente dio las instrucciones al general Cuervo Gómez para que las tropas salieran a la calle ese mismo día.
Dos horas después de salir los soldados a la calle ya se contaban unos quince muertos y al caer el día, a las seis de la tarde, se contabilizaron, según datos que me dio un oficial del Cuerpo de Ayudantes, 42 muertos.
El gobierno reconoció 82 personas muertas en los tres días que duró el levantamiento popular. Otros informes establecen esta cifra en más de cien.
Vi las fotografías y pregunté al coronel Rodríguez Landestoy por qué los cadáveres casi todos tenían un balazo en la nuca, en la parte atrás de la cabeza. Su respuesta fue directa y sin rodeos: “La orden fue tirar al que va delante, al cabecilla”.