A lo largo de los años, los dominicanos hemos ido construyendo consensos y sobre esa base creado un clima de convivencia que ha posibilitado estabilidad, gobernabilidad y afianzamiento de la democracia. Es un acomodamiento que ha enmascarado tensiones sociales y, contrario a lo que se vive en otros países, quitado hierro al debate político.
Las discrepancias son sutiles, insuficientes para desencadenar pasiones y extremismos. Aunque tiene sus bemoles, la falta de confrontaciones ideológicas ha contribuido al desvanecimiento de las ideas progresistas y a la desaceleración de tendencias que han promovido la expansión de la franquicia ciudadana en otros países. Vale decir, una ampliación de derechos fundamentales. La sociedad dominicana se ha vuelto conservadora y miope frente a problemas reales y que, lamentablemente, no formaron parte del cuestionario a los candidatos.
En estos debates hemos presenciado más acuerdo que enfrentamiento, lo que ha fomentado un trato respetuoso entre los participantes y la resolución pacífica de las pocas discrepancias. Admitamos también que se trata de una nueva generación de políticos. No han dejado de enrostrarse culpas, compartidas en todo caso. Hablamos de los mismos partidos que en diferentes versiones ya han gobernado al país. Todos son culpables del estado calamitoso de la educación, por ejemplo. Es esa una de las tareas que deberá ocupar a la próxima administración. Tal cometido, empero, ha figurado en la agenda pública desde hace siglos.
Los consensos abren el camino a cambios en la fiscalidad, el gasto público y la seguridad social. Ojalá alcancen para decisiones radicales en lo referente a la educación. Al paso que vamos, en el debate del 2050 podría hablarse de la precaria calidad de los docentes.