La lengua reutiliza sus propios materiales para crear nuevas palabras. Gracias a la composición, un proceso lingüístico de lo más productivo, dos o más palabras pueden unir fuerzas para dar lugar a una nueva voz. La lengua española utiliza con mucha frecuencia la fórmula verbo + sustantivo.
Gracias a la unión de una forma verbal y un sustantivo ya existentes, la lengua, como una maga fabulosa, se saca de la chistera una nueva palabra.
En algunos casos podemos deducir el sentido de la palabra resultante a partir de los significados de las voces que la componen; como en los transparentes pintalabios, tiratiros, tirapiedras (en otros lugares, tirachinas), recogebates, limpiabotas o limpiavidrios; este último lo usamos para referirnos tanto al producto utilizado para la limpieza de cristales, como para el mecanismo que despeja o limpia los vidrios delantero y trasero de un vehículo, y también para la persona que, con más frecuencia de la que nos gustaría, nos asalta, esponja y botella de agua en mano, mientras estamos en detenidos en un semáforo, con la intención insoslayable de «limpiar» el parabrisas de nuestro vehículo (por cierto, ahí tienen parabrisas y limpiaparabrisas, dos palabras más compuestas de verbo y sustantivo, que se usan en otras áreas hispanohablantes).
Travesía de palabras
Significativamente numerosa en el español dominicano es la familia de palabras compuestas gracias a este mecanismo para referirse de forma metafórica y despectiva a quien se caracteriza por ser un adulador servil; vean si no la abundancia de tumbapolvos, limpiasacos, chupamedias, lambebotas o lambeculos.
No se crean, no es un uso privativo del español dominicano; la misma Gramática académica registra que son frecuentes los compuestos calificativos, especialmente aquellos que designan atributos difamatorios de personas. Parece que nos ponemos particularmente creativos cuando de hablar mal de los demás se trata.
Qué me dicen, si no, de los comemierdas, aguafiestas, buscavidas y mascachicles, o, subiendo un mucho el tono, con perdón, de los mascagranos, mascañemas o mamagüevos. Por supuesto, mi preferidos siempre han sido y serán los lambetragos y los sobalagüira.
Ya que estos compuestos nos gustan tanto por su sonoridad y expresividad, aprovechemos para conocerlos y usarlos mejor. Su género gramatical es independiente del género que tiene el sustantivo que los integra.
Por ejemplo, los referidos a personas son comunes en cuanto al género; es decir, no cambian su forma para señalar el género gramatical, sino que lo indican gracias a la concordancia con el determinante o el adjetivo: hablaremos de un limpiasacos entrometido o de una limpiasacos entrometida, independientemente de que el sustantivo saco sea masculino.
Algo similar sucede con el número; aunque botas vaya en plural en el compuesto lambebotas, nos referiremos a un lambebotas o a varios lambebotas.
No todo van a ser términos despreciativos o insultantes. La expresividad de estos compuestos llega a la naturaleza para designar un pajarillo llamado tumbarrocío o un árbol denominado ahogabecerro; y tantos otros. Un carro lujoso puede ser un tumbafaldas y un perfume barato de poca calidad un tumbaviejas.
Entre los artefactos pirotécnicos puede haber buscapiés e incluso tumbagobiernos. Si de gastronomía hablamos, no podemos renunciar al picapollo, aunque algunos renunciarían de buen grado a los añugaperros.
Estoy segura de que si buscan en su acervo léxico encontrarán muchos más. La creatividad y la expresividad, y estas palabras son un claro ejemplo, siempre han sido señas de identidad de nuestra lengua.