Aprender nuevas palabras o conocerlas mejor enriquece nuestra expresión. Cada palabra tiene su historia; algunas se remontan a tiempos y remotos, otras brotan en épocas más cercanas.
Para estudiar ese origen contamos con la etimología, una especialidad de la lingüística que se dedica a investigar el origen de la forma y el significado de las palabras. La misma palabra etimología nos da razón de su significado. Está formada por étymon ‘significado verdadero’ y logos ‘palabra’.
Desde ese significado original los hablantes han ido modelando cada palabra, en forma y contenido, para adecuarla a sus necesidades. Hoy viajamos de París a las Islas Marshall, en Oceanía, para conocer uno de esos lugares de nuestro planeta que han aportado su granito de arena al inmenso arenal de nuestro léxico.
Y es que algunas de nuestras palabras tienen en su etimología un nombre propio de lugar.
En 1946 un traje de baño formado por un brasier y un panti revolucionó la moda y las costumbres. No era la primera vez que las mujeres usaban una prenda similar; en la antigua Grecia las atletas ya usaban una indumentaria parecida para los juegos deportivos.
Sin embargo, era tan pequeño el traje de baño diseñado por el ingeniero francés Louis Réard que la publicidad aseguraba que no era auténtico si no se podía hacer pasar a través de un anillo de boda.
Una palabra, dos géneros
La presentación en París de la «escandalosa» prenda tuvo lugar cinco días después de la detonación por los Estados Unidos de una potente bomba en el atolón Bikini, en las Islas Marshall. Un comentario ingenioso que relacionó ambas «bombas» es el responsable de que hoy le llamemos bikini (o biquini) al bikini.
Una vez adoptada la palabra para designar la prenda, solo hay un paso para que los hablantes relacionen ese bi de la lengua original con nuestro tradicional elemento compositivo latino bi- ‘dos’, que precisamente le convenía a las dos piezas del diminuto bañador.
La creatividad léxica y de diseño se desata y ahora por nuestras playas y piscinas desfilan trikinis, monokinis, microkinis y, dejando las frivolidades a un lado, indignos e indignantes burkinis.
A los que nos interesamos por la ortografía nos llama la atención en el bikini la presencia de esa ka, una letra inexistente en nuestras palabras patrimoniales porque el latín prácticamente no la usaba.
Como nos explica la Ortografía de la lengua española, solo aparece en español en la escritura de préstamos que la tienen en su lengua original o que se transcriben de otros alfabetos.
Muchos de ellos nos llegan a través de una lengua puente, como el inglés, así en bikini, o el francés. La variante biquini, también válida, se explica porque durante un tiempo la letra k estuvo excluida oficialmente de nuestro abecedario. De ahí que estos préstamos se adaptaran también con una qu en nuestra lengua.
Una palabra moderna, si la comparamos con la extensa historia de nuestra lengua, que puede ayudarnos a entender que todas y cada una de esas joyas que atesora nuestro idioma es un patrimonio muy valioso, no solo histórico, sino personal, porque la razón de su existencia es la de expresarnos y comunicarnos, en definitiva, la de ayudarnos a estar en el mundo.