Leí con fruición un artículo en El País en el que, paralelos muy arriba del ADC último, Juan Arias repensaba la Semana Santa. También el autor apuntaba que el énfasis mayor se concede a la resurrección, que define como meramente simbólica en el nuevo tratamiento teológico.
Trae al ruedo un argumento inquietante. Quizás la atención debería girar alrededor del grito del profeta judío en la cruz. No son palabras de confianza, tampoco de fortaleza y mucho menos de certeza. Según el relato bíblico en el Evangelio de Mateo 27:46 y Marcos 15:34, se trata de un grito desgarrador, en cierto modo de una confesión de fracaso dolorosamente aireada momentos antes de morir: “¡Elí, Elí!, ¿lemá sabactani?”, del arameo Dios, Dios, ¿por qué me has abandonado?”
Entronca el reclamo doloroso con el Salmo 22,2, recipiente de una expresión similar y demostración del conocimiento de los textos sagrados judíos por parte del nazareno moribundo.
El pasaje, propone el autor, refleja el presente. Momentos angustiosos, de duda, de presupuestos batidos, de cambios vertiginosos y de inestabilidad. Habitamos un mundo convulso en el que las preguntas sobrepasan las respuestas, en el que la certeza de repente ha mutado en incertidumbre. Las ideologías se han esfumado, no así las luchas cainitas que provoca el choque de ideas e intereses contrapuestos.
El desamparo se expresa con violencia en lo social, también en la guerra de exterminio que libramos contra la Naturaleza. Desde la atalaya global no se avista el optimismo si en Rusia, un Estado bajo la mirada atenta del Gran Hermano, un grupo de terroristas ejecuta a mansalva a más de un centenar, e Israel imita la barbarie de sus enemigos.
Para terminar de descifrar el “por qué me has desamparado”, está Haití.