Estos días de asueto, es tiempo oportuno para reflexionar sobre un tema que debe ser parte importante del ejercicio de la medicina (la compasión), sin importar a quién ni dónde estemos ofreciendo nuestros servicios.
“La compasión es un sentimiento que se manifiesta desde el contacto y la comprensión del sufrimiento del otro. Más intensa que la empatía, la compasión es la percepción y la compenetración en el sufrimiento del otro, y el deseo y la acción de aliviar, reducir o eliminar por completo tal situación dolorosa” (Wikipedia).
Es un sentimiento de pena, de ternura y solidaridad ante el mal ajeno, en la enfermedad y en cualquier otro momento de angustia. Porque somos materia y espíritu. Y este último maneja a la otra.
Un caso real
En una reconocida revista de divulgación médico-científica hace unos días leí el caso de una señora de 43 años que consultaba con su médico por serios trastornos del sueño.
En su conversación ella refiere que es una devota bautista a lo que el médico le pregunta: ¿ha tratado su caso con su pastor? Le respondió que no. Entonces, le voy a recomendar ver al capellán de nuestro hospital, y ella estuvo de acuerdo.
Un tiempo después, la paciente le refería que estaba durmiendo excelentemente bien, sin necesidad de drogas o consultas psiquiátricas. Probablemente, el capellán que acompañó a esa mujer, le aportó algo que los médicos no le supieron ofrecer: tiempo y compasión.
Porque sin compasión, sin oír y sin ponernos en lugar del otro, el ejercicio de la medicina corre el riesgo de convertirse en el trabajo del mecánico que sabe apretar muy bien un tornillo.
“En el cuidado compasivo influyen los cinco sentidos del profesional: la escucha, la mirada, el tacto, el modo de acercarse y el hablar. Evitando palabras huecas y estereotipadas o clichés de consuelo sin sentido, que es lo contrario a la compasión y que la persona lo percibe de inmediato”.
En estos días de asueto, en los que celebramos la vida, muerte y resurrección del verdadero sanador de enfermos, tratemos de ser compadecidos en el ejercicio diario de nuestra profesión. Que no tengamos que enfermarnos y convertirnos en pacientes para entenderlo.
Como me expresara un querido amigo y colega al lamentarse diciendo: ¡Cuánto tiempo he perdido! ¿Por qué no me puse antes en su lugar?