Esta frase se le atribuye a Hipócrates, considerado el padre de la medicina en el mundo occidental. Su reflexión nos hace entender la importancia que ha tenido siempre el ejercicio físico para el ser humano.
En la salud y en la enfermedad
Y es que el ejercicio siempre ha estado ahí. Sabemos desde hace mucho tiempo que las personas que lo realizan de forma regular disfrutan de una buena salud.
También que estos individuos activos enferman menos, y que si caen enfermos, se recuperan antes. Sin embargo, solo a partir de las útimas décadas hemos empezando a entender realmente su poder.
Antes, el hecho de sufrir una patología era motivo de excluir el ejercicio. El reposo era la regla general. Ahora sabemos que un paciente no solo puede, sino que debe ponerse en movimiento para tener una recuperación mejor y más rápida. Esto ha roto todos los moldes.
Tenemos evidencia de la efectividad del ejercicio físico como tratamiento en más de 25 dolencias diferentes: cardiovasculares, metabólicas, pulmonares, neurológicas, psiquiátricas e, incluso, diferentes tipos de cáncer.
Esto abre muchísimas posibilidades, ya que hablamos de una herramienta barata, fácil de usar y muy efectiva. Con ella podemos mejorar el pronóstico de la mayoría de enfermedades.
El poder de los músculos
Además, hemos empezado a entender desde una perspectiva científica el porqué de su eficacia. El músculo no es solo el motor de nuestros movimientos: se trata de un órgano complejo con funciones reguladoras y metabólicas.
De hecho, resulta un actor tan importante en la regulación del sistema endocrino que cuenta con sus propias hormonas: las mioquinas. Estas hormonas tienen un efecto generalizado en el organismo, desde el sistema endocrino al inmune, pasando por el cerebro.
Beneficios palpables
Hay enfermedades muy extendidas, como la diabetes tipo II y la hipertensión, en las que los réditos de la actividad física son especialmente tangibles. En estas personas, el ejercicio mejora la función endotelial y vascular, reduce la presión arterial y los triglicéridos y mejora los factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular.
En otras patologías, tales virtudes no resultan tan evidentes, aunque está aumentando el peso de la evidencia. Un buen ejemplo de ello son los tratamientos de diferentes tipos de cáncer. Se ha observado que los pacientes que realizan ejercicio durante la quimioterapia ven reducida la fatiga y mantienen una mejor función de su sistema inmune.
Las personas en diálisis también pueden beneficiarse de un programa de ejercicio físico adecuado a sus circunstancias. El ejercicio debe ser visto como parte fundamental en el tratamiento, como coadyuvante de la terapia farmacológica y la diálisis.
Cuando hablamos de ejercicio físico, tendemos a meter todo en el mismo cajón. Sin embargo, los tipos de actividades que podemos incluir en nuestro día a día y que nos van a traer beneficios para la salud pueden dividirse en estas categorías:
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Deporte. Baloncesto, judo, tenis, atletismo… El deporte no solo es una forma fantástica de ocio activo, sino que también nos va ayudar a mantenernos en forma y cuidar nuestra salud. Es importante tener en cuenta que si nunca lo hemos practicado y queremos empezar, posiblemente antes necesitemos un acondicionamiento físico para evitar lesiones y molestias.
En general, la práctica regular de cualquier disciplina deportiva va a venir bien para nuestra salud. Se ha demostrado que el hecho de empezar a moverse ya reduce la mortalidad. Lo importante es la constancia y que disfrutemos con ello. -
Actividad física. Engloba todo el movimiento que realizamos a lo largo del día, sin objetivo concreto. Es el resultado de desplazamientos o de tareas domésticas o similares.
El gran paradigma es caminar. Acumular pasos diarios constituye una manera excelente de reducir la mortalidad por todas las causas. Como objetivo deberíamos marcarnos entre 5 000 y 10 000 pasos diarios, acercándonos todo lo posible a los 10 000. -
Ejercicio físico. Se refiere a aquella actividad que sí está organizada para conseguir una adaptación biológica concreta y mejorar la condición física. Se ha demostrado que tanto el entrenamiento de fuerza como el ejercicio aeróbico son buenos para la salud. De hecho, se pueden combinar ambos para maximizar sus efectos positivos.
Por norma general, las personas enfermas que realizan ejercicio se cansan menos, toleran mejor y más tiempo el tratamiento y tienen una mayor capacidad de luchar contra la enfermedad.
Practicarlo mejora la eficacia de las terapias farmacológicas y atenúa los efectos secundarios, incluso en tratamientos agresivos. Podría decirse que es la verdadera píldora mágica para la salud.
Es la máxima que debe llegar a toda la población: hay que hacer ejercicio físico siempre, adaptado a nuestras circunstancias y situación personal, pero siempre. Incluso estando enfermo.