El ideal de una economía mundial abierta que disponga de correctivos para que los países atrasados reduzcan la brecha que los separa de los avanzados, está muy lejos de materializarse.
En su lugar se han ido creando espacios geográficos económicos y políticos estancos, cerrados, en los cuales se concede trato especial a los países miembros, al tiempo que se erigen barreras a quienes no lo son.
Tales espacios son zonas de integración económica y política como la Unión Europea, a cuyo mercado tenemos acceso en condiciones favorables. U otras limitadas al comercio e inversiones, verbigracia la que nos une con los Estados Unidos y países centroamericanos.
Aparte de eso, está la participación en el mercado global y en los organismos que regulan el orden mundial, o que más bien aparentan hacerlo, pues sus actores protagónicos son las potencias nucleares.
Dentro de esa realidad, el ideal antillano que enarboló Eugenio María de Hostos de confederación de las Antillas mayores de habla hispana, no se sostiene, por lo menos en el momento histórico en que se vive.
Cuba apenas respira, castrada por el cesarismo, la falta de libertad y emprendimiento. Puerto Rico carece de autonomía, Estado asociado dependiente de los Estados Unidos. Solo la República Dominicana late con vigor en su economía e instituciones, pero está sola, aislada de sus pares en el sentido de que no encuentra un sentido claro de pertenencia.
La adscripción de la República Dominicana a procesos de integración no tiene fácil encaje. Y no lo tiene porque en el hemisferio no existen tales esquemas provistos de la consistencia, relevancia económico, institucional y política que sería deseable. Aparte de que, en el supuesto de que existieran, a lo interior de la dominicanidad no se tiene claro con quienes, para qué, bajo qué tipo de cobertura se efectuaría.
Es un asunto que permanece latente sin despertar demasiado interés. Por inercia se gira en la órbita de la potencia dominante, los Estados Unidos, se tiene acceso favorable al mercado de la Unión Europea y se intenta alcanzar cuotas de participación en diversos esquemas, así como en el mercado mundial puro y simple.
Dada esa realidad, un objetivo permanente de la política exterior de la República Dominicana es el de ganar mayor peso político internacional, insertándose en esquemas asociativos en busca de voz y liderazgo, al tiempo que se aprovechan las oportunidades de comercio e inversión que surgen.
Dados los condicionantes y vacíos existentes, el sentido práctico y el interés nacional aconsejan que la República Dominicana se encamine hacia lo ecléctico y práctico hasta que las circunstancias de la región sean propicias para intentar algo más ambicioso.
Se trata de dejar a un lado la levedad impuesta por la dependencia de las circunstancias.
En ese sentido hay que perseverar en el intento de creación de instituciones funcionales en la Cuenca del Caribe, antillano y no antillano, para aunar los esfuerzos de los países de habla hispana entre sí (tesis de Hostos) con los de otras lenguas, pues unidos sería más efectivo alzar la voz y ser escuchados en el concierto internacional. Y como la relación de fuerzas políticas es cambiante, también debería serlo la participación en esos bloques.
En otro orden, la cara exterior tiene que ser el espejo de la interna. Nada podrá hacer más exitoso al país en materia de política exterior que saber mantener la casa en orden y en prosperidad. Nada podrá colocarlo en mejor posición que el trabajo que se siga realizando para fortalecer la economía e instituciones.
La mira debería centrarse en gestionar una economía eficiente y competitiva, abierta, provista con estímulos que favorezcan la creación de eslabones múltiples que se refuercen mutuamente, capaces de satisfacer las demandas internas horizontales y verticales de las unidades productivas.
Integrar no opera solo hacia afuera conectando mercados distintos, sino también hacia adentro. La industria merece interactuar y encontrar respuestas a sus demandas de insumos y bienes intermedios. La agropecuaria y la silvicultura requieren de demanda sostenida que mantenga su pulso. Integrar hacia adentro llevaría a conectar sectores dispersos y devolverles la vitalidad que alguna vez tuvieron.
Son las políticas las que dificultan los eslabonamientos, en particular la arancelaria y la fiscal. Mantenerlas por miedo a perder recursos fiscales inhibe el surgimiento de nuevas fuentes de ingresos públicos, pero sobre todo frena el desarrollo.
Aparte de eso, las relaciones con el vecino país, Haití, por su elevada sensibilidad, requieren del seguimiento continuo de la evolución interna de esa nación y del acercamiento y cooperación.
Integrar no opera solo hacia afuera conectando mercados distintos, sino también hacia adentro. La industria merece interactuar y encontrar respuestas a sus demandas de insumos y bienes intermedios. La agropecuaria y la silvicultura requieren de demanda sostenida que mantenga su pulso.