La moda, de moda, a la moda. Esa corriente que irrumpe en las sociedades, las arropa, las revuelve de abajo arriba y se convierte en ley no escrita a la que se adscriben las mayorías. Ola que va y viene imponente y luego pierde fuerza al transformarse en un flujo y reflujo que apenas deja rastros en la arena antes de desaparecer.
Se trata de un fenómeno transitorio y recurrente que refleja las preferencias y gustos de una sociedad en un momento específico. Lo que se considera “a la moda” en un momento determinado puede perder relevancia con el tiempo. Los gustos y percepciones colectivas evolucionan. Esta naturaleza efímera de la moda revela dinamismo y mutación constante: el pasado y el hoy no se repiten mañana.
Sirve, la moda, como una forma de expresión individual y colectiva, a menudo sin lógica aparente. Sin embargo, compacta el colectivo y lo inmuniza contra la razón. De ahí su importancia en la construcción de identidades sociales y en la creación de grupos y subculturas. Lo que está de moda, no incomoda. Copia de la dialéctica en tanto asimila la interacción de opuestos. De una moda, nace otra; y así una cadena de sucesiones que se desplazan a lo largo del tiempo histórico, instantes políticos y crisis antes de la síntesis o resolución.
Este proceso lo vemos a diario en la sociedad dominicana, y la política no escapa a esas turbaciones dialécticas. Definitivamente, hay políticos que pasaron de moda; otros están muy de moda y a la moda, si creemos a las coincidencias en las encuestas de cara a mayo. Me pregunto innecesariamente el porqué, visto que las respuestas asemejan un círculo cerrado: sintonizaron perfectamente con el ritmo de las olas en su apogeo máximo.