La Policía Nacional ultimó al narcotraficante José Figuereo, alias Kiko la Quema, el viernes pasado en Cambita Garabito, San Cristóbal.
Esa era su zona de operación, donde más que un simple capo o delincuente, era un señor respetado, cuidado y protegido por una comunidad que reaccionó dolida por el desenlace de una historia que no parecía tener otro final, luego que el pasado mes de noviembre el presidente Luis Abinader lo señaló como el criminal más buscado y le hizo un llamado a que se entregara.
Cuatro meses más tarde, la Quema fue quemado por un disparo en la cabeza y el vehículo en que se desplazaba terminó gomas arriba.
Escuchar a ciudadanos de Cambita Garabito catalogarlo como un “hombre bueno” que “defendía y ponía orden en Cambita” y que “ahora tenemos miedo porque nadie nos va a cuidar”, solo hace pensar en las mismas respuestas que dieron hace 31 años los colombianos de Medellín, cuando Pablo Escobar fue tiroteado en un techo mientras intentaba escapar de sus persecutores.
¿Será que como sociedad hemos tocado fondo o estamos cerca de hacerlo? ¿Podemos decir, sin inmutarnos, que un delincuente puede convertirse en héroe?