Podría parecer exagerado tomar una cifra sobre páginas web visitadas como dato indiciar de un problema de fondo, pero no lo es tanto. Que en el país cuatro sitios de pornografía reúnan 136.2 millones de visitas durante el pasado año vislumbra cómo una parte de nosotros se asoma cada día a la vida.
Porno duro para un momento de disfrute solitario y sin consecuencias sociales, solo privadas, dirán adictos y desentendidos. Libertad adulta, sobre todo masculina, de consumir los contenidos que vengan en ganas, dirán los «apolíticos» posmodernos. Aceptación sin remordimientos de la conversión de la mujer en objeto y del sexo en instrumento de esa objetualización. Juego de espejos que instala en el imaginario social el binomio poder-sumisión como la única relación posible entre hombres y mujeres. A ellas, el sometimiento que enajena; a ellos, la hegemonía. Objetualizada, la mujer solo tiene valor de uso en un mercado sexual y social de obsolescencia programada.
Ni la soledad ni la libertad del consumo pornográfico son inocuas. La pornografía es discurso que degrada a las adultas, pero no solo a ellas. El sitio Pornhub, visitado por 43.6 millones de personas dominicanas en el 2023, fue acusado en el pasado reciente de ofrecer «contenidos» donde aparecen niñas víctimas de explotación y violación sexual. Compitiendo, millones de sitios similares.
Aun en ausencia de estudios académicos que aporten certezas al respecto, no andaría descaminada la asociación entre el consumo creciente de pornografía en el país y el batacazo que recibe la idea de igualdad cuando una encuesta de Barómetro de las Américas pregunta si la infidelidad femenina justifica la violencia: el 39 % de los hombres y el 32 % de las mujeres enmascaran su consentimiento con el eufemismo “la entendería”. Sumados, estos valores involucran al 33 % de la población, nueve puntos por encima del 26 % que respondió de manera similar hace diez años.
No solo este índice, que toca tan de cerca el ego propietario masculino, va en progresión. Lo acompañan en su trayecto los que desvalorizan la participación social de las mujeres y su capacidad de liderazgo, los que acentúan su culpa por trabajar fuera de la casa, y los que les enrostran como falta «desatender» las tareas domésticas.
Visión decimonónica que cobra cuerpo por la ausencia de políticas públicas que ataquen los fundamentos de la desigualdad de género desde la raíz. Conservadurismo estatal, pero también partidista de toda laya, temeroso de lo que pueda decir y hacer una minúscula ultraderecha vocinglera y proclive por naturaleza al gesto intimidatorio. Miedo a hablar de igualdad excepto en los discursos circunstanciales o celebratorios, como los que se oirán hoy por todas partes. Regodeo en la falsía presentada como acción por la equidad.
Pero nada, que hoy es Día Internacional de la Mujer. Mandemos flores.