Desde que la Pax americana dejó instalado a Joaquín Balaguer en la presidencia de la República el 1º de julio de 1966 se puede decir que también dejó instalada la “democracia” con sus naturales altas y bajas. República Dominicana es desde entonces uno de los países de la región y del continente hispánico más estable democráticamente hablando.
Hay que admitir igualmente, que el gobierno de “los doce años” (1966-1978), como se conocen los tres períodos seguidos con que Balaguer, cuyos métodos non sanctos, gobernó el país. Durante ese período los límites entre dictadura y democracia eran imperceptibles. Desde entonces se le teme a la Junta Central Electoral (JCE), organismo encargado de organizar además de los comicios, de supervisar las primarias de las diferentes organizaciones políticas llamadas a terciar en los comicios; se le teme al uso de los recursos del Estado por el candidato del partido oficial; a la compra de cédulas y, como si no fuera suficiente, a la “imparcialidad” de la JCE y a la nube del fraude que desde los “doce años” flota sobre los colegios electorales. Este temor se reduce a la palabra “pataleo” que parece ser el recurso más eficaz para el candidato desfavorecido por los sufragios que por lo general pertenece a la oposición.
El “pataleo” se fundamenta generalmente en irregularidades a ojos vistas durante los sufragios como compra de cédulas que aumenta la abstención; alteración de resultados de algunos colegios electorales; la desaparición de urnas; la atribución de votos nulos al candidato oficial, hechos que figuran entre los diferentes argumentos que esgrime el candidato o la organización que “patalea”.
En efecto, el electorado dominicano no ha superado todavía los intentos del gobierno de Balaguer al cabo de las elecciones de 1978, cuando se trató de no reconocer la derrota de Joaquín Balaguer y que, gracias a la presión internacional y a la intervención del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, Balaguer hubo de reconocer la victoria de Antonio Guzmán candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD).
Los días posteriores a las elecciones fueron de mucha tensión y si Balaguer hubiera persistido en mantenerse en el poder, la frágil democracia dominicana hubiera pagado las consecuencias. Años después, en 1990, Balaguer, cuyas victorias electorales estuvieron siempre acompañadas de la sombra de una duda, ayudado por la JCE de entonces que le reconoció a Balaguer la alianza tardía del Partido Quisqueyano Demócrata (PQD), proclamándole ganador frente al candidato Juan Bosch del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
En 1994, de nuevo candidato frente a Peña Gómez del PRD, Balaguer reincide en el uso de malas artes para alzarse con el triunfo, pero esta vez la crisis política desatada por las irregularidades en los comicios, así como la presión internacional les obligaron a ceder; acortar el período presidencial y convocar a elecciones anticipadas para 1996 y no presentarse como candidato al tiempo que se separaban las presidenciales de la congresuales y municipales que tendrían lugar en mayo de 1998.
La República Dominicana posterior a la dictadura de Trujillo y de los doce años de Balaguer, en su afán por blindar la democracia, ha tratado siempre de legislar para evitar la “compra de cédula”, y, al adoptar la boleta única, la compra del voto; evitar el “transfuguismo” , con la ley de Partidos; legislando contra el uso de los recursos del Estado; y contra el “clientelismo”, con la ley de la carrera administrativa y de la función pública. Sin embargo, al cabo de los comicios el “pataleo” se basa por lo general en una de esas leyes en vigor.
El avisado elector dominicano sabe que el espíritu del conjunto de leyes relativas a las elecciones ha sido promulgado para consolidar la siempre perfectible democracia dominicana que después de caída de Trujillo en 1961 no es una las veces que ha estado al borde de un gobierno de mano dura como fue el tristemente célebre gobierno “de los doce años” (1966-1978), de Joaquín Balaguer.
Una abstención en torno al 60% de los inscritos en el padrón electoral de JCE se abstuvo de ejercer el derecho a elegir en las elecciones municipales del pasado 18 de febrero. Lo que nos muestra el poco interés y desconfianza del elector dominicano en los partidos tradicionales. Desconfianza peligrosa que podría allanarle el camino a un improvisado como sucedió en Perú en 1990 con la elección de Alberto Fujimori o en Venezuela en 1998 con la de Hugo Chávez. Tanto Perú como Venezuela ilustran muy bien lo que significa la improvisación política. Los dirigentes de los diferentes partidos de República Dominicana pueden verse en el espejo de esos países del Continente hispánico.
La democracia es y siempre será perfectible. La compra de cédulas favorece la abstención; la del voto no es verificable. Recordemos la queja de un candidato a regidor al dia siguiente de los comicios: “¡les pagué y no votaron por mí!” o como decía Bosch durante la campaña de 1966; “Si te dan coge; ¡a la hora de votar, escoge!”
En efecto, el electorado dominicano no ha superado todavía lo intentos del gobierno de Balaguer al cabo de las elecciones de 1978, cuando hubo se intentó no reconocer la derrota de Joaquín Balaguer y que, gracias a la presión internacional y a la intervención del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, Balaguer hubo de reconocer la victoria de Antonio Guzmán candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Los días posteriores a las elecciones fueron de mucha tensión y si Balaguer hubiera persistido en mantenerse en el poder, la frágil democracia dominicana hubiera pagado las consecuencias.