Los servicios de inteligencia rusos son increíblemente eficientes en la eliminación de disidentes. Es una tradición que perfeccionaron Stalin y Lavrenti Beria, al frente del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD). Se cargaron a León Trotsky de una manera horrenda: un piolet clavado en la cabeza. Los miles de kilómetros entre Moscú y Ciudad de México no sirvieron de protección alguna.
La misma eficacia tuvieron en su tiempo las agencias de seguridad discípulas de la NKVD y la KGB. El periodista y disidente Georgi Markov llevaba los servicios en búlgaro de la BBC, en 1978. Caminaba por el Waterloo Bridge de Londres cuando alguien le rozó con un paraguas. Moría días después y la autopsia reveló que le habían colocado una pequeña esfera de ricina en su pierna, un veneno letal incluso en pequeñas cantidades. Se dice que el turco Mehmet Ali Agca, que intentó asesinar al papa Juan Pablo II en 1981, trabajaba para la inteligencia búlgara.
Alexander Litvinenko se exilió en el Reino Unido después de desertar de la FSB, la agencia de inteligencia sucesora del KGB soviético. Enfermó después de una reunión secreta con unos rusos en un hotel londinense. Después de varias semanas de agonía murió en un hospital londinense: lo habían envenenado con polonio-210, una sustancia radiactiva.
Copó los titulares de la prensa internacional cuando voló desde Rusia hasta Ucrania en su helicóptero de combate Mi8. Las informaciones son de que le dieron medio millón de dólares para participar en una campaña de denuncia contra la intervención rusa. Después se refugió en España, en Alicante, en una comunidad donde han echado raíces connacionales suyos.
Lejos estaba Maxim Kuzminov de imaginar que una llamada a su pareja sentimental, residente en Vladivostok, revelaría el lugar donde se había escondido, un edificio de apartamentos en Villajoyosa, frente a la playa levantina. Lo mataron de seis balazos. Sus victimarios huyeron en el carro del joven de 33 años y lo abandonaron luego de quemarlo. La deserción se produjo en septiembre del año pasado y la condena de muerte también. Un periodista reveló en un programa televisivo en Moscú que ya la inteligencia militar había recibido instrucciones y que “su cumplimento era solo cuestión de tiempo”.
El principal opositor a Vladímir Putin, Alekséi Navalni, acaba de fallecer en una prisión en el gélido ártico. Sobrevivió a un ataque con un líquido verde en los ojos en 2017; a una “reacción alérgica aguda” en el 2019, mientras estaba detenido, y a un envenenamiento con un agente neurotóxico del grupo Novichk que mezclaron con el té que tomó en un vuelo.
Los asesinatos políticos son parte de la historia. Van desde la puñalada trapera hasta el veneno. En este último método, los rusos han superado con creces a los florentinos de antaño.