La República Dominicana ha tenido grandes educadores, pero nunca ha tenido un sistema educativo donde el grueso de la población logre una formación adecuada. Construir tal sistema es una tarea monumental que demanda el compromiso y el arrojo de los grupos de poder. Y hasta ahora los grupos de poder no han demostrado mucho interés en el desarrollo de un sistema de calidad y amplia cobertura.
En 1961, ya el país tenía 3.3 millones de habitantes, pero el sistema educativo apenas registraba 12,000 estudiantes en secundaria y 3,000 en la universidad. Este pequeño sistema fue duramente impactado por las crisis políticas que siguieron a la caída de la dictadura. Y cuando la situación se estabilizó, en lugar de priorizar la educación como eje central del desarrollo económico y social, los gobiernos decidieron soltar la educación pública en banda.
Abandonada a su suerte, esa educación se urbanizo y creció en un ambiente de carencias y conflictos. Ahí se perdió el respeto a los fundamentes de la organización escolar, a la escuela como núcleo central del sistema y a los aprendizajes como el propósito. Más aún, fuera por la falta de espacio o por el temor a los conflictos, muchas familias optaron por enviar a sus hijos a centros privados. Esta nueva demanda generó una nueva oferta. Se creó un nuevo mercado que reorganizo el sistema en término de la capacidad de pagos. Y con el paso del tiempo, la escuela pública, que debió ser el lugar común, se convirtió en el espacio destinado a los que no pueden pagar. Para 1991 la población estudiantil se había duplicado, pero con un presupuesto inferior al 1 % del PIB, los centros oficiales estaban material y académicamente al borde del colapso. Grupos sociales y empresariales se movilizaron. Y nació el Plan Decenal.
Desde entonces, se ha vuelto a duplicar la población estudiantil; han aprobado leyes, reglamentos, currículos, pactos, planes y programas educativos; y mejorado las condiciones materiales de los centros y la formación y salario de su personal. Sin embargo, en los últimos 30 años no se observan incrementos significativos en los bajísimos niveles de aprendizajes ya medidos a principio del Plan Decenal.
Si bien los sistemas mejoran de manera gradual, a la educación pública todavía le falta muchas cosas, con el personal y los insumos recibidos debieron alcanzarse avances sustanciales en el desempeño de los estudiantes. Infelizmente, los esfuerzos para mejorar los centros y su personal nunca han ido acompañados de esfuerzos paralelos y proporcionales para establecer un régimen de consecuencias que, al asociar el bienestar de los actores con el desempeño de los estudiantes, fomente la ambición, el compromiso, la solidaridad, el trabajo arduo y sistemático, y el respeto a las normas y autoridad, necesarios para mejorar los aprendizajes. Que los estudiantes aprendan mucho o aprenda poco, sigue sin tener consecuencias. Y como ‘’nada es nada’’, lejos de fomentar el conocimiento, aquellas mejorías han fortalecido el facilismo y estimulado la codicia. En los centros públicos cada vez se dan más cosas y menos clases.
Las dificultades para establecer y mantener un régimen de consecuencias que estimule los aprendizajes, es una de las razones por las cuales para construir un sistema educativo de calidad se demanda del apoyo militante de grupos de poder. Y resulta que, aun cuando asistieran a centros oficiales, por mil razones distintas y haciendo uso de su derecho, la mayoría de los presidentes, ministros, legisladores, jueces y demás funcionarios públicos; de los líderes políticos, sindicales y empresariales; de los expertos, en fin, la mayoría de aquellos que de manera directa o indirecta definen el destino de la educación pública, envían a los suyos a los centros privados o representan a dichos centros. Y con la valoración de la educación pública que su decisión refleja, con los conflictos de interés que la misma puede generar, y con los suyos ‘’protegidos’’ en centros privados, ¿cuántos están dispuestos a luchar para poner orden y establecer los aprendizajes como propósito y medida de desempeño en los centros donde estudian los hijos de los otros?
Uno desearía que fueran muchos. Pues siendo la escuela pública una referencia obligada, sus resultados se extienden por el grueso del sistema. Y un sistema educativo, donde los estudiantes aprenden poco y son promovidos, desperdicia el mejor recurso de la nación, que es el talento de su población. Y transmite a millones de niños y adolescentes una valoración errónea de los esfuerzos necesarios para alcanzar su meta.
Que los estudiantes aprendan mucho o aprenda poco, sigue sin tener consecuencias. Y como ‘’nada es nada’’, lejos de fomentar el conocimiento, aquellas mejorías han fortalecido el facilismo y estimulado la codicia. En los centros públicos cada vez se dan más cosas y menos clases