Hombre de fe. Lo dijo el papa Francisco en referencia a Sebastián Piñera, el expresidente chileno. Sus valores cristianos y de hombre de principios resaltan en la inmediatez de su muerte. Hasta el presidente Gabriel Goric, quien encabezó protestas violentas cuando era dirigente estudiantil, le ha reconocido reciedumbre ciudadana y compromiso con su país. Y que se equivocó cuando lo enfrentó con tanta dureza.
Piñera no vio contradicción entre su liberalismo y sus convicciones de católico practicante, de peregrinación a Fátima y de crucifijo en sus oficinas particulares. En su gobierno fueron aprobadas legislaciones que contrariaban el conservadurismo chileno y las fuerzas de derecha que le apoyaban, como las leyes de Identidad de Género y de Matrimonio Igualitario.
Fue su administración la que sometió el Acuerdo de Unión Civil que, convertido en ley, regula los arreglos jurídicos provenientes de una vida afectiva en común. Aceptó como válida la ley que despenaliza la interrupción voluntaria del aborto en caso de violación, inviabilidad fetal de carácter letal y peligro para la vida de la mujer, aprobada muy poco antes de su segundo periodo. Sin dejar de comulgar y rezar.
“Emocionaba ver a un hombre con tanto poder, autoridad y responsabilidad arrodillarse en la Santa Misa…como expresión de su pequeñez ante la grandeza insondable e infinita de Dios”, decía el arzobispo de Santiago en los ritos fúnebres. Su catolicismo no le impidió, por ejemplo, encabezar una ceremonia judía de Hanuka.
Como buen cristiano, Piñera practicó la tolerancia sin que se le subieran a la cabeza los tres mil millones de dólares de su fortuna personal.
Muchas lecciones que aprender de un político
que concilió a la derecha chilena con la democracia. Era un estadista.