La crisis política, económica y social que conmueve a Haití hasta sus cimientos no tiene visos de terminar. Por el contrario, el desinterés de la comunidad internacional empeora el drama que viven desde hace tiempo millones de seres humanos.
El gobierno de Ariel Henry, lejos de la legitimidad que otorga la elección popular, se desmorona lentamente con el peligro resultante para la República Dominicana. El mandatario de facto se ha quedado con pocos dolientes y quién sabe si pasará la prueba de esta semana. Su reemplazo por la fuerza, sin embargo, solo empeorará la situación. Quien le amenaza con más posibilidad de éxito es un exconvicto cuyas credenciales democráticas son inciertas.
Poco podemos hacer, excepto insistir en que cuanto antes se materialice la fuerza de paz aprobada por resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En reiteradas oportunidades, el presidente Luis Abinader ha informado que la frontera está bien resguardada y que rige una alerta permanente.
Quizás la tragedia que se insinúa tenga la virtud de sacar de la inactividad a las fuerzas capaces de resolver la situación. Puede que el costo sea demasiado alto.