El Tribunal Constitucional, nueva vez, como cada año, ha rendido cuentas al país; las del año recién pasado y, en esta particular ocasión, las de sus primeros doce años.
La rendición de cuentas evoca siempre, diríase que inevitablemente, a aquella otra, la primera de la historia nacional, que realizara nuestro padre fundador, Juan Pablo Duarte, en los albores de la nación dominicana.
Recordemos, en efecto, que, perseguido y exiliado, él no pudo estar presente en el momento de la independencia el 27 de febrero de 1844, si bien dos semanas después ya estaba en suelo dominicano, dispuesto a aportar su cuota, siempre grande, para la defensa y consolidación del incipiente proyecto nacional. Unos pocos días más tarde, el 19 de marzo, inició la batalla de Azua en la que, por primera vez, las fuerzas dominicanas enfrentaron a las haitianas y, por cierto, les infringieron la primera de otras derrotas que se sucederían en los años siguientes. Hacia allí, pues, hacia el centro de aquellos fragores, partió Duarte el 22 de marzo, a cargo de la denominada División de Bani, para cuyos gastos recibió la cantidad de mil pesos, de los cuales gastó 173 pesos y devolvió 827, como se puede apreciar en un detallado documento histórica, ética y políticamente memorable; respecto del cual el historiador Pedro Troncoso Sánchez, en su Vida de Juan Pablo Duarte, ha dicho que: “Ese dinero se le había entregado sin recibo y nadie le había dicho que debía rendir tal cuenta, pero él no abrigaba duda alguna de que aquel sobrante pertenecía al Estado y debía ser reintegrado a las arcas nacionales al quedar interrumpida su misión militar en el Sur.” (Instituto Duartiano, 2009, p. 265)
Aquella rendición de cuentas de Duarte, por demás ejemplar, es mucho más que un documento y constituye, en realidad, un hecho trascendente que enlaza, de forma luminosa y permanente, las mejores jornadas de nuestro pasado y las de nuestro presente; y que aporta mayor sentido, profundidad y fortaleza a los esfuerzos de estos días, entre los cuales destacan los de nuestro Tribunal Constitucional, para formar ciudadanos conscientes de sus responsabilidades y deberes, como promueve reiteradamente nuestra Constitución, cuando, por ejemplo, en su artículo 75.12, consagra como un deber fundamental el de “Velar por el fortalecimiento y la calidad de la democracia, el respeto del patrimonio público y el ejercicio transparente de la función pública”.
Así, los dominicanos tenemos en ese hecho la fortuna de un paradigma insuperable de lo que puede y debe ser una actuación pública honesta, responsable y transparente; por demás, un grave reto para todos, gobernantes y gobernados de hoy, unidos por la responsabilidad común de coadyuvar a la construcción de una sociedad cada vez mejor.
El Tribunal Constitucional, nueva vez, como cada año, ha rendido cuentas al país. Al hacerlo, cumple con los rigores éticos y constitucionales que corresponden a su altísima investidura y, salvando las diferencias, emula a aquella actuación primigenia, a la esencialidad que la define y que siempre nos conmueve.
En términos institucionales, la rendición de cuentas revela, como no podía ser de otra forma, el término de un período, aquel al que ella está referida y sobre el que ella discurre. Y, como tal, se presta, entonces, para ofrendar todo lo bien hecho, reafirmar la decisión, renovar la fé, reiterar el compromiso que nutrieron y guiaron las buenas actuaciones precedentes y disponernos, así, a continuar haciendo aún más y mejor, avanzando con pasos firmes hacia el porvenir que merecemos.
Ningún lugar más apropiado para los dominicanos realizar todo ello que este en el que nos encontramos ahora, a pasos del tramo donde se inició nuestra historia nacional aquella noche interminable de febrero, al espacio más íntimo de la Patria, donde reposan las cenizas venerandas de nuestros Padres fundadores.
Y eso, pues, hacemos en este momento. A eso venimos a este augusto recinto.
Aquí, a sus pies, empequeñecidos ante su enorme estatura, henchidos de respeto, amor y agradecimiento, venimos a dejarles flores, cultivadas en la tierra fértil que ellos nos legaron libre, soberana, independiente; a proclamar, con absoluta humildad y profunda satisfacción, que hemos cumplido con nuestras responsabilidades y nuestros deberes como se esperaba que lo hiciéramos y, pues, que no cargamos deudas éticas ni cívicas ni políticas ni ciudadanas; venimos, asimismo, a reiterar el compromiso medular de “garantizar la supremacía de la Constitución, la defensa del orden constitucional y la protección de los derechos fundamentales”, en los términos que manda nuestra Carta Magna; y, más aún, a renovar el amor intenso e irreductible a la nación dominicana y a la dominicanidad, con el que continuaremos, como hasta ahora ha sido, nuestra andadura, siempre en defensa de los más nobles y caros intereses nacionales.
¡Loor eterno a nuestros padres fundadores, Duarte, Sánchez y Mella!
¡Que viva la República Dominicana!
¡Que viva la Constitución!
¡Larga vida al Tribunal Constitucional de la República Dominicana!
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[1] Extracto de las palabras, en representación del Pleno del Tribunal Constitucional, en la ofrenda realizada por este en el Altar de la Patria a raíz de la rendición de cuentas del último año de gestión, el 7 de diciembre de 2023.
[2] Ex rector universitario, Juez Emérito del Tribunal Constitucional.