Enigmática despedida para cerrar un noticiero en tiempos inciertos. La utilizaba Edward R. Murrow, un periodista de televisión norteamericano que se enfrentó valientemente al senador McCarthy en los peligrosos momentos de la caza de supuestos (o confirmados) comunistas en los años 50.
Es una despedida ambigua. Desea buena suerte ante los peligros que pueden afectar también al espectador que le escucha, pero siempre hay un matiz optimista y buenos deseos en la expresión. Despedirse no siempre es fácil.
Hay que encontrar el tono y el momento. No pasarse ni quedarse corto. Hay despedidas tristes, otras son emocionadas y efusivas. O frías y desganadas. Imprevistas o meditadas. Pueden suponer una ruptura o un hasta luego. Hay quien no se despide para que no se sepa que se fue y quien lo hace tantas veces que parece que no se marcha nunca.
Esta columna, este AM de despedida, es el adiós a unos años de escribir ideas que conllevaron satisfacciones y alegrías, amigos nuevos, enfados, críticas, divertimentos, enemigos pasajeros, enemigos divertidos, amigos recobrados. Felicitaciones y algún insulto. (Lo normal, vamos).
Años de escribir sobre problemas que se resolvieron y otros que jamás se resolverán. De arte y música, de ciudad y urbanismo, de política y tapones, medio ambiente, educación, basura y ruidos. Historias cortas de gente maravillosa o de los villanos habituales.
Años muy felices porque escribir es gratificante y ayuda a descubrirse a sí mismo. Alguien dijo que “no sé lo que pienso porque todavía no lo he escrito”.
Buenas noches y buena suerte. (Y gracias).