En una ocasión el filósofo español Antonio Escohotado escribió un artículo desafiando a sus lectores a que escribieran un discurso político sin utilizar las siguientes 5 palabras: ultra, extrema, izquierda, derecha y fascismo. Muchos lo intentaron y se dieron cuenta que con estas palabras era difícil encontrar sinónimos para expresar significados políticos e ideológicos similares. En especial, con las palabras izquierda y derecha. Aunque usted podrá intentar diestra y siniestra, pero evidentemente no tienen similar significado político.
Su tesis expresa que hemos vaciado tanto las palabras de contenido y la hemos manipulado con tanta ligereza para simplificar el discurso en “estás con el hombre o estás contra el hombre”. Explicando que la izquierda se había apropiado del discurso de estar a favor de las personas (“del hombre”), mientras la derecha la habían descalificado por estar en su contra. De esta forma se hace imposible una reflexión seria sobre lo que funciona a la raza humana versus lo que no le funciona. No sólo en términos utilitarios, sino en su profunda dignidad espiritual, llevando a la humanidad a confundir los fines con los medios.
Una ideología, cualquiera que sea, es un medio para alcanzar determinados fines. Las ideologías no deben volverse dogmáticas, sino permanecer abiertas, en constante confrontación con la realidad. Hay una gran diferencia entre “ser” de una ideología y “tenerla”. Lo importante son los fines, no los medios en sí mismos. Por eso afirmo, que muchos no tienen ideologías, sino no que las ideologías lo tienen a ellos.
Detrás de cada ideología, hay una constelación de palabras que se ha ido instalando en el inconsciente colectivo de América Latina: colectivismo, estatismo, victimización, saqueo, envidia, opresión, justicia social, culpa. Las cuales llegaron a ser sacro santas en el mundo político internacional. Recientemente se vienen instalando otras: individuo, uso de la razón, productividad, propiedad, esfuerzo, competencia, responsabilidad, libertad.
Detrás de cada constelación hay una estructura ideológica, que busca analizar, entender y definir los medios para alcanzar un fin mayor: una sociedad más justa, próspera y abundante.
Y a partir de estas concepciones vienen las revoluciones, las reformas y los cambios. En un extremo, se inicia la revolución para salvar a la gente, pero terminan matando a la gente para salvar la revolución. En el otro extremo, se levanta la bandera de la libertad, como salvadora de la nación, pero terminan suprimiendo la libertad de movilización de la gente. Los extremos se tocan.
Pero la esencia es donde ponemos nuestra atención e intención. Mientras la izquierda se orienta a estudiar la distribución de la riqueza, la derecha se ha orientado a la creación de la misma.
Como estudioso de la visión compleja de la ciencia, algo he aprendido de la neurociencia, y es que allí donde miras vas: allí donde pones tu atención e intención, lo ves, lo reproduces. Vemos lo que creemos. Me pregunto si de tanto estudiar la pobreza, la estamos reproduciendo.
Por eso hace falta una derecha social y una izquierda económica. Es decir, una derecha que entienda y valore que no hay proceso económico sin consecuencia social. Y una izquierda, que comprenda, que hay principios y leyes económicas que funcionan inexorablemente como la ley de gravedad. Por lo que, en un mundo con recursos limitados, usted no puede violar permanentemente esos principios, porque terminamos todos en bancarrota.
Y en este sentido, observaba Eschotado, “todas las guerras y conflictos vinculados a revoluciones y lucha de clase, se vinculan con el reparto o la distribución de la riqueza. No con la producción.” La creación de valor ha sido la gran olvidada.
Nos sorprende cada vez más la confusión generalizada que existe en confundir el fin con los medios. Tomás de Aquino, gran conocedor de la naturaleza y de lo más profundo del ser humano, observó que, en toda acción, decisión o movimiento, se busca algo: un objetivo, una meta, un fin que siempre es querido o percibido como bueno porque de alguna manera nos perfecciona.
Nos hemos dejado atrapar por las ideologías. Por lo medios. Y nos hemos olvidado de los fines. Algo tan sencillo como hacerse las preguntas ¿qué queremos? ¿para qué lo queremos? Nos ayudaría a avanzar más y mejor. Así como a elegir con más eficacia el ¿cómo?
Cuando las palabras pierden significados, las ideologías se reducen a consignas.
Una ideología, cualquiera que sea, es un medio para alcanzar determinados fines. Las ideologías no deben volverse dogmáticas, sino permanecer abiertas, en constante confrontación con la realidad. Hay una gran diferencia entre “ser” de una ideología y “tenerla”. Lo importante son los fines, no los medios en sí mismos. Por eso afirmo, que muchos no tienen ideologías…