Mi artículo pasado, publicado el primer martes del 2024, con el título No eres dominicano, procuraba presentar un tema liviano a la consideración de los lectores, luego de tantas fiestas y emociones relacionadas con la llegada del nuevo año.
Para sorpresa mía fue recibido con entusiasmo por muchos lectores. Es un indicador de que el tema de la nacionalidad (al que en términos llanos y con sutileza me refería), está muy vivo en nuestra psiquis.
Un viejo amigo me envió este mensaje: —Eduardo, eres seco y sacudido y medido por buen cajón. ¡Eres mocano!
Claro que lo soy y por tanto dominicano. Tengo orgullo de mi nacionalidad y de nuestra mezcla racial, y sé muy bien que el negro está detrás de la oreja de cada dominicano, aunque si tuviera que implorar algo es que eleváramos nuestro nivel cultural. Cuestión de tiempo dirán otros.
Otro amigo, escritor admirable, me envió una nota: —Querido amigo. Feliz 2024 para ti, y toda la familia. Disfruté tu artículo de hoy. A mí me confunden con un chino, tengo sangre española y creo que francesa, pero soy dominicano.
Y a mucho orgullo para todos nosotros que lo sea porque es sobresaliente. Su comentario está salpicado con una muestra de humor que delata su condición humana y de novelista.
De parte de una de las quinceañeras mocanas que compartió conmigo los avatares de la adolescencia, me llegó este comentario: —Que lindo, Coco, (mi apodo de niño), seguro pensaron que eras de Alemania, Suecia, etcétera, y no que eras un jinchaito de Moca, querido como el sol, y a tu mujer española la confundieron con una criolla, ¡que risa!, pero lo que sí es que somos amables fuera de aquí.
Ahí está la reafirmación de una de nuestras características, la amabilidad que brota al natural por nuestros poros.
Una de nuestras buenas escritoras jóvenes me envió lo que sigue: —¡Esto! Ojalá nunca perdamos nuestra esencia ni los valores que nos diferencian y distinguen. Gracias, Eduardo, por tu escrito de hoy. Parece que fueron unas vacaciones inolvidables.
Y lo fueron. Disfruto en España, en concreto en Madrid, tan solo de pasear por sus calles. Me hace recordar aquellos años en que allí hice la carrera de economía y me nutrí de su dilatada cultura.
Otro escritor, fino y profundo en sus lides, experto en las faenas del periodismo, me dice: —Hermoso texto, Eduardo. Y con ello comprobamos que los dominicanos emigrantes aportan, contribuyen, llevan su identidad y su ánimo a donde quiera que vayan.
Y agrega, ya entrando al fondo: —Sospecho, y es una intuición, que lo mismo pasa con los demás migrantes en todo el mundo. Además, hay que reconocer que esos dominicanos en España trabajan, crecen, ahorran, sobreviven, y envían remesas a sus familiares que han quedado aquí. Ellos nos regalan 10 mil millones de dólares cada año. Todos los migrantes, de cualquier parte del mundo, merecen nuestra admiración, salvo los que delinquen y entran al mundo de la delincuencia.
Este amigo de gran agudeza intelectual con quien coincido desde hace tiempo en tertulias afincadas en lo social, económico y político, es muy sensible al tema de la inmigración haitiana. Y solemos tener enfoques amigables, pero divergentes.
Con su comentario el asunto se puso muy serio. Decidí responderle sin entrar en consideraciones sobre el contenido de su comentario, interesante y profundo: —Así es, todos lo merecen! — le expresé.
Sin embargo, ustedes probablemente concuerden conmigo en dos apreciaciones.
La primera, que la inmigración es bienvenida (muchos de nosotros descendemos de inmigrantes que llegaron a estas tierras desde distintos continentes, se consustanciaron con nuestra cultura e hicieron aportes para el progreso de todos), siempre que responda a las necesidades del país y que sea admitida por los cauces legales correspondientes, lo cual es distinto a celebrar el ingreso de quienes llegan sin autorización y no se asimilan a nuestra cultura.
La segunda, que es preferible recibir diez mil millones de dólares en ingresos por visita de turistas que demandan bienes y servicios, generan empleos, tienen impacto en nuestra cultura, y contribuyen a reactivar la economía, o generarlos de exportaciones que hunden sus raíces en el aparato productivo y laboral, que no recibirlos en remesas que son el producto de la expulsión de dominicanos de nuestro terruño, de la desintegración del ámbito familiar, y de su sustitución por mano de obra extranjera ilegal haitiana cuyo número excesivo tiende a desnacionalizar este país.
En otras palabras, la nación debe sobrevivir y el Estado garantizarlo.
Es preferible recibir diez mil millones de dólares en ingresos por visita de turistas que demandan bienes y servicios … , que no recibirlos en remesas que son el producto de la expulsión de dominicanos de nuestro terruño, de la desintegración del ámbito familiar, y de su sustitución por mano de obra extranjera ilegal