«Comenzaré por decir, sobre los días y años de mi infancia, que mi único personaje inolvidable fue la lluvia. La lluvia austral que cae como una catarata del Polo, desde los cielos del Cabo de Hornos hasta la frontera. La lluvia caía en hilos como largas agujas de vidrio que se rompían en los techos o llegaban en olas transparentes contra las ventanas»
(Pablo Neruda)
La lluvia es tal vez una de las más geniales obras de arte que nos ha brindado la naturaleza y quizás el más romántico de los elementos o seres que forman parte del mundo natural. En su vertical descenso hacia la tierra, la lluvia entona la más tierna de las serenatas y el más armónico de los conciertos.
«La lluvia – argumentaba yo, hace varios años, en uno de mis artículos publicados en este y otros diarios nacionales – embriaga el espíritu, excita la inspiración de los poetas y provoca en los seres dotados de cierto grado de sensibilidad artística toda una gama de dulces sensaciones y sentimientos”. No resulta extraño, pues, que la lluvia se encuentre presente en los versos de los más renombrados poetas de la literatura universal. Vale citar, entre estos, a Pablo Neruda (1904 – 1973), Antonio Machado (1875 – 1939), Juana de Ibarborou (1892 – 1919) y Federico García Lorca (1898 – 1936), renombrado bardo granadino este último, quien en su composición Lluvia, describe así el fenómeno base de su poética inspiración:
“ La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje”
Pero nadie como Juana de Ibarborou, o Juana de América, supo plasmar en líricos versos el impacto sentimental que produce en las almas ultrasensibles ver la lluvia caer «en hilos como largas agujas de vidrio…», o cuando esta entona su sinfónico concierto al romper en los techos o contra las ventanas.
¿Qué romántico mortal no habrá ordenado alguna vez, como la amada aludida por la insigne poetisa uruguaya: » Llueve… Espera, no te duermas…»
NOCHE DE LLUVIA
Llueve… Espera, no duermas,
estáte atento a lo que dice el viento
y a lo que dice el agua que golpea
con sus dedos menudos en los vidrios.
¡Cómo estará de alegre el trigo ondeante!
¡Con qué avidez se esponjará la hierba!
¡Cuántos diamantes colgarán ahora
del ramaje profundo de los pinos!
Espera, no te duermas. Escuchemos
el ritmo de la lluvia.
Apoya entre mis senos
tu frente taciturna.
Yo sentiré el latir de tus dos sienes
palpitantes y tibias,
como si fueran dos martillos vivos
que golpearan mi carne.
Espera, no te duermas. Esta noche
somos los dos un mundo,
aislado por el viento y por la lluvia
entre la cuenca tibia de una alcoba.
Espera, no te duermas. Esta noche
somos acaso la raíz suprema
de donde debe germinar mañana
el tronco bello de una raza nueva.
( Juana de Ibarborou )