En esta ciudad de Santo Domingo existe otra raza de esas terribles, que se dedica al abuso de los ciudadanos ante la indolencia total de las autoridades. Ella está compuesta por esos tipos llamados parqueadores, que se apostan a “cuidar vehículos” en las calles o en las instalaciones públicas que tienen estacionamientos abiertos.
He sido víctima de ellos en muchos puntos de la ciudad, como hospitales, colegios, comercios, estadios y restaurantes. Siempre pasa lo mismo, se te acercan, te saludan, te dicen “estamo’ aquí” y uno asiente. Entonces pasan dos cosas, o te dejan ir tranquilo y le “das algo” cuando regreses, lo cual no llega a más, 1o pretenden cobrarte antes de irte a tu gestión, que es cuando la cosa se pone conflictiva. En este último escenario tuve una muy mala experiencia el pasado sábado en el parqueo del Centro Olímpico. Fui al concierto de Ricardo Montaner y allí estaba el asunto ese de las luces del gobierno municipal, o sea, había mucha gente buscando dónde estacionarse.
Cuando conseguimos pasar el tapón y localizar un estacionamiento, apareció un individuo con un chaleco rojo y me dijo que estacionarse allí costaba RD$300, por adelantado. “¡300 pesos!, esos son cinco dólares y esta es una instalación pública”, le dije al personaje, que replicó que le diera gracias a Dios que no me cobraba 500. No me quedó otra que pagarle y claro, como se imaginarán, cuando salí del concierto, del supuesto vigilante de autos no quedaba ni el olor, pues se había marchado tras robarme el dinero sin cumplir con su labor de cuidar que mi carro.
“Yo no le doy dinero de antemano”, dirá usted, pero entonces pasa lo desagradable. Si uno no sucumbe ante sus intenciones, será su vehículo el que sufra las consecuencias. Rayazos en la pintura, gomas vaciadas o explotadas, cristales rotos y retrovisores despegados, son solo parte del menú que podrían desplegar esos bandoleros. Así que no queda otra que darles lo que piden y seguir adelante.
Pero eso me indigna, porque las autoridades saben de ese comportamiento y lo permiten, lo cual es una desgracia, porque “esos” le amargan una salida a cualquiera.