«Normalmente está lleno de turistas«, explica Abood Suboh, en su tienda de Belén. Pero, a las puertas de la Navidad, los peregrinos han desaparecido de la ciudad natal de Cristo, desde el estallido del conflicto entre Israel y Hamás.
«La guerra lo detuvo todo», dice a AFP este comerciante de 30 años que vende bufandas y bolsos, en alusión a los bombardeos y los combates entre el ejército israelí y el movimiento islamista palestino de la Franja de Gaza.
Los bombardeos israelíes han dejado más de 18.800 muertos en el pequeño territorio controlado por Hamás, autor de la masacre sin precedentes del 7 de octubre en suelo israelí, en la que murieron 1.140 personas.
Sin visos de una nueva tregua en los próximos días, tras la pausa humanitaria de noviembre, Navidad se perfila como unos días de duelo en esta ciudad de Cisjordania ocupada donde, según la tradición cristiana, nació Jesucristo.
La iglesia de la Natividad, inscrita en el patrimonio mundial de la Unesco, atrae normalmente a cientos de miles de turistas cada año.
Ahora los coches están aparcados en la plaza donde debían estar peregrinos y los hoteles están vacíos.
Las autoridades religiosas renunciaron a cualquier celebración «inútilmente festiva» en solidaridad con los palestinos que sufren en Gaza.
En Cisjordania también se ha recrudecido la violencia, con casi 300 palestinos muertos a manos de las fuerzas israelíes o de colonos desde el 7 de octubre, según las autoridades palestinas.
El municipio limita «las disposiciones a los estrictos rituales» cristianos, como la misa de Nochebuena.
«Como en una cárcel»
«Hacemos el 80% de nuestros ingresos anuales en este periodo», afirma Jack Giacaman, que trabaja en la producción de artículos religiosos de madera para una tienda de recuerdos.
El taller, justo detrás del comercio, está vacío y se pueden ver algunas figuritas sin terminar.
¿Para qué contratar? «Belén está totalmente cerrado por todas partes», dice, en referencia a los puntos de control israelíes que restringen el movimiento en Cisjordania.
El año pasado, Giacaman tuvo que pedir un préstamo para sobrevivir, después de la pandemia. Ahora tiene que volver a hacer cuentas.
«Hicimos un cálculo en tres años para cubrir las pérdidas, pero ahora no sabemos cómo acabar el año», se lamenta, ante las calles vacías del centro histórico de esta ciudad, donde normalmente conviven cristianos y musulmanes.
La culpa es de la retórica aterradora de los dirigentes israelíes, considera Fadi Kattan. Este chef franco-palestino no soporta el cliché de que «todos palestinos son peligrosos».
«Es como si hubiera una línea invisible que impide a los peregrinos aventurarse fuera de los senderos marcados», debido a lo que cuentan los turoperadores israelíes, dice desde la terraza de una casa que pertenecía ya a su bisabuelo.
Pero, más que nunca, es necesario confrontar a los visitantes con la realidad diaria de los palestinos, propone el sacerdote griego ortodoxo Issa Thaljieh.
Visitar los lugares santos está bien, pero «lo más importante«, dice el religioso, es «descubrir como sobrevivir en una cárcel», en un territorio ocupado por Israel desde la guerra de 1967.