La biblioteca de John Carter Brown en Providence, ha publicado una versión digital de Infortunios y Naufragios, publicado como parte de la Historia General de Indias en Sevilla en 1535. El autor de estas crónicas fue legendario, hasta el punto que en la fortaleza Ozama podemos ver una estatua suya. En ese mismo lugar, había trabajado como Alcalde. Su obra fue bien recibida por el Rey, un sumario de las cuestiones de la conquista que hoy tenemos bien recuperada. Me refiero a Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista mayor de las Indias, como fue catalogado en esa época. Lo tenemos claro: su historia venía a recuperar el legado –no diremos que fue una copia–, de Plinio el viejo, en su Historia Naturalis.
No podemos negar que su obra es un modelo; la de Plinio, en muchos tomos, cronometró la realidad –que no es poco–, en muchos ámbitos: geografía, zoología, botánica, política, etcétera. En el pacto con las Indias, estos hombres –Las Casas, por ejemplo–, tuvieron la osadía de intentar cronometrar no todo sino lo más importante de lo que ocurría en unas tierras que habían cambiado la percepción humana de las fronteras y del Universo.
En 1503 se dio origen a la Casa de Contratación de Sevilla. La historia de Oviedo será recibida en el Archivo General de Indias en 1585 y en el reinado de Felipe Segundo en 1598. En el 1526, Carlos V publica un sumario de su obra. Es notoria la recopilación que hace Lewis Hanke de los pasajes en los que Oviedo “se lanza al ruedo” y considera a los indios taínos como homúnculos, a lo que Las Casas en 1550 se opone radicalmente al considerarlos seres humanos. Publicado en 1974, el libro de Hanke lleva por título All mankind is one, y lleva la descripción: estudio de la disputa entre Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda en 1550 sobre la religiosidad y la capacidad intelectual de los indios americanos.
No todos vinieron directamente a Santo Domingo: algunos vinieron a Panamá, como tampoco todos se quedaron aquí como ocurrió con Cortés, marqués de Oaxaca. El territorio americano era diferente: una nueva raza, un nuevo territorio y muchos problemas que se abalanzaban sobre “los nuevos hombres de la conquista”. Es cierto el enfoque que muchos le dan a esta tarea: las riquezas americanas, fueron un atractivo para los colonizadores. Sin embargo, está claro que las cuentas que intercambiaron los nativos con los primeros hombres que vinieron, las pepitas de oro, eran pírricas. De todos modos, si se podía aguantar y poner a los indios a trabajar en las minas. Se descubriría oro, ciertamente y éste sería un tema notable para aquella época: la tarea de encontrarlo en las minas.
El paisaje americano surge en todo su esplendor y belleza. Las milimétricas misiones de los nuevos hombres ha asombrado desde siempre a los que han escrito sobre el futuro de la conquista a partir de 1492 y en años posteriores. Pronto, vendrían los 1500 y toda la categoría que tenían algunos, tendría que cambiar: una nueva vida se abalanzaba sobre ellos. Los servidores y los deservidores del Rey tomarían cuerpo, quedando claro todo un proceso de lucha intestina que ha sido cronometrada en algunas historias, no en todas.
Como queda cronometrado en algunas crónicas muy leídas, estos hombres tenían una sed irrefrenable de poder: en Las Casas, el maltrato a los indios es un ejemplo de estas ansias, que también fueron cronometradas por Pedro Mártir de Anglería y por Oviedo. La conquista avanzaba y todos sintieron que eran parte de ella: los viajes de Colón fueron fantásticos. Cuando se llega a la Corte con el oro que se pudo rescatar, es algo que podemos ver en notables pinturas (es notable, la de Juan Cordero de Hoyos en 1850). Había sido un acontecimiento histórico de proporciones inimaginables. A partir de 1507, cartografiada por Américo Vespucio, se le comienza a llamar América a las nuevas tierras.
El tiempo pasó y los habitantes nativos terminaron extinguiéndose, dándole otra característica a todo el proceso: en el futuro –esta sería la solución–, se importarían esclavos de África. Han sido muchos los estudios que se han realizado para dar cuenta del ingreso de los esclavos africanos a América: bástenos decir que fueron muchos. En los barcos negreros –donde venían apretujados según el gráfico famoso que algunos han publicado en algunos libros–, se podía notar que estos esclavos podrían ser más resistentes a las pestes que se desarrollaron en la colonia: la viruela, que había atacado con intensidad a la población nativa, para solo citar un ejemplo.
De ellos, de estos esclavos, proviene todo el pueblo haitiano y dominicano. La importación de esclavos se hizo mayúscula y en la parte francesa, como queda cronometrado en los historiadores del proceso, estos fueron la mayor parte, lo que da una explicación al por qué del lado oriental, la mezcolanza racial con el negro africano no dominó toda el área. Para solo citar un ejemplo y un cálculo, según Enriqueta Vila en el siglo XVII llegaron a América 268, 204 esclavos, de los que 70,000 entrarían por Veracruz, 135,000 por Cartagena de Indias, 44,000 por Buenos Aires y el resto por el Caribe y otras zonas.
Queda claro que la colonia terminaría no solo produciendo oro, sino otros rubros. El oro, un comodittie entre los minerales, seguiría siendo hasta nuestros días, el metal luminoso, la fuente de riqueza, la incesante búsqueda en las minas. Según Mark Cartwright, lo extraído en la colonia en el primer medio siglo, fueron más de 100 toneladas.
Oviedo tiene claro que tiene que narrar todo esto: se prepara e inicia su tarea. Venía entrenado con muchos procesos literarios a cuestas: novelas, alguno que otro “poema sencillo”, libros de caballerías y algunas epístolas. Indaga todo y se sumerge en los acontecimientos, de los cuales dará testimonio. Por esta razón, su historia está llena de vida: nos narra la perspectiva española en un nuevo entorno y cronometra, con bastante lógica, las ocurrencias de todas las clases. Este enfoque sería heredado, en lo que cabe, por algunos historiadores dominicanos de mucho tiempo después. Claro, la documentación de Oviedo es profusa toda vez que se producían constantemente un montón de documentos en la medida en que la Real Audiencia analizaba los procederes políticos y económicos de la naciente colonia.
Lo que ocurre en América, fuera de las islas, sería una historia también larga: mucho tiempo después, se formarían las naciones que vemos configuradas hoy. No mencionaré nombres, pero es cierto que se trata de una historia larga: sentarse a escribir todo lo que ocurrió en tierra firme, no ya en las islas, es una tarea titánica. Los primeros años de la conquista dieron para mucho material que aún sigue asombrando a las manos que entran al Archivo General de Sevilla en un día soleado en España.
Está harto demostrado que la extinción de la raza nativa –los reconocidos taínos, mayas, toltecas y aztecas–, dejó al ambiente americano más despoblado, lo que no es sinónimo de que la cantidad de gente en el continente o en las islas –en los inicios de la conquista–, fuera astronómico. Muchos años después, nos queda claro que la emigración, sumada al ritmo de reproducción y los embarazos calculados a partir de años anteriores a la época republicana, nos da un fenómeno interesante: es sabido, como está en Joaquín Balaguer, La Isla al Revés, que la raza africana se reproduce de manera prolífica (astronómica). Es cierto también que la colonia siguió incorporando a nacidos españoles que venían en nuevos viajes, como ocurrió mucho tiempo después en el siglo XX cuando Trujillo favoreció la entrada de emigrantes españoles y de otras etnias que venían a América en busca de nuevas aventuras y riqueza.
Como se ha dicho repetidas veces, hay que tener una lectura integral de las ocurrencias coloniales dominicanas y para esto es necesario sopesar la crónica de Indias de Gonzales de Oviedo, pero también las obras de otros cronistas. El orígen nacional se funda en la colonia, por esta razón no nos será tan extranjero el argumento de que la inestabilidad política haitiana –hemos sumado muchos primeros ministros en unos pocos años–, tiene que ver con la estructura colonial en un ámbito político e institucional. Por su lado, el fundamento económico tiene su argumento en la riqueza de la isla como queda expresado en algunos tratadistas al designar al Haití como la colonia más rica de Francia. La producción de añil, campeche, algodón, aguardiente, tabaco, cueros y el azúcar, vendrían a diseñar un proceso del que nos asombramos hoy por su intenso movimiento económico.