En los últimos 50 años (1972-2022) la República Dominicana fue uno de los países de América de mejor desempeño y prestaciones en algunos aspectos relevantes tales como crecimiento económico, estabilidad de precios y cambiaria, paz social, funcionamiento de la democracia. Señal indiscutible de que se puso el foco en mantener el ritmo de la economía y reforzar los cimientos del régimen democrático.
Al mismo tiempo, en ese largo período se postergaron decisiones a un costo social muy alto. Tan alto que atemperaron el desarrollo económico social en contradicción con el fuerte crecimiento.
En esos 50 años casi todo cambió, a la par que lo hizo el resto del mundo. La estructura económica se hizo irreconocible.
De rural que fuimos, ahora somos urbanos. De predominio de la agropecuaria y de la economía de plantación exportadora, nos convertimos en una sociedad de servicios (no solo al turismo). De hacer garabatos en cuadernos pasamos a usar las herramientas cibernéticas y las aplicaciones relacionadas con la inteligencia artificial, en contraste con la pervivencia del analfabetismo funcional en amplios segmentos de la población.
En ese largo tránsito, lleno de contradicciones, los diversos sectores económicos corrieron suerte desigual.
A la agropecuaria se le restringió a abastecer el mercado local bajo presión constante para que los precios en finca fueran de subsistencia y se alimentara a la población urbana a costa de los productores. Los intermediarios se apropiaron del excedente y los consumidores no pudieron aprovechar los niveles de precios precarios en finca. La falta de rentabilidad frenó las inversiones, la tecnificación y profundizó el desplazamiento migratorio hacia las urbes y el exterior. El campo quedó desolado y casi vacío de dominicanos. Por efecto derivado, la agroindustria y las exportaciones resultaron constreñidas.
El grueso de la industria se localizó en zonas francas. Los incentivos tributarios que se le concedieron la colocaron en dependencia del exterior no solo para vender su producción sino también para aprovisionarse de materias primas e insumos. Su importante aporte se manifiesta por medio de la contratación de mano de obra y la generación de divisas, contribuciones muy relevantes, aunque se reconoce su escasa incidencia en la formación de enlaces con la producción interna de materias primas e insumos. La industria local quedó desconectada de los eslabones que la integran a un mayor potencial productivo.
Los servicios florecieron, sobre todo los relacionados con el potente sector turístico al que también se le otorgaron estímulos fiscales. El turismo no solo aporta divisas y empleos, sino que, además, realiza fuertes demandas de bienes y servicios hacia el aparato productivo, el mundo del arte, espectáculo y cultura. La relación de los visitantes con la población local enriquece el acervo cultural mutuo.
Tanto el sistema financiero como el de pensiones (ambos captan una buena parte del ahorro nacional) consolidaron su quehacer con alta profesionalización y cumplimiento de normas exigentes. En función de las políticas monetarias orientaron su cartera hacia préstamos de consumo y de adquisición de viviendas y destinaron una proporción menor al financiamiento de proyectos productivos. La variante más rentable de sus actividades se relacionó con la compra de títulos del gobierno central y del Banco Central.
En materia fiscal se avanzó mucho. Se logró mayor eficiencia recaudatoria y mejor manejo administrativo. Subsistieron problemas básicos: incentivos tributarios que mermaron la capacidad recaudatoria y abrieron vías a la evasión; predominio del gasto corriente de baja calidad en perjuicio del gasto de inversión; inflación en la nómina pública, bajo rendimiento de los empleados y escasa motivación para acometer con eficiencia las labores y convertirlas en aliados eficaces del desarrollo; mantenimiento en propiedad de activos en el sector eléctrico que trastornaron las cuentas públicas por las pérdidas crecientes que generaron; absorción de las cuantiosas pérdidas anuales originadas en el organismo monetario.
Tal estado de cosas llevó en los últimos decenios a la formación crónica de déficits públicos, financiados con préstamos, entre ellos la modalidad de aportes presupuestarios y bonos soberanos desconectados de la realización de proyectos de inversión. También condujo a desbalances significativos en las cuentas del sector externo.
Los flujos de población no absorbidos en ocupaciones formales por el cambio estructural se hicieron hueco forzado en el sector servicios en trabajos de bajo valor agregado, ausentes de protección social, que en algunos casos constituyen un peso muerto de consideración (carros conchos, moto concho, juegos de azar, entretenimientos, otros), o emigraron al exterior expulsados de su territorio. Y, no cabe dudas: en elevada proporción fueron sustituidos por inmigrantes irregulares, indocumentados.