¿El 55 % de los argentinos se levantó un día de extrema derecha y ultraliberal, o más aún, ultralibertario? No; el 55 % de los argentinos decidió ese día sacar al peronismo del poder. Para bien o para mal. Prefirieron un rotundo voto de castigo para que quedara muy claro el hartazgo al que puede llegar un pueblo mal gobernado.
Afortunadamente, aquí no va a ganar ni la ultraizquierda ni la ultraderecha en 2024; de esa nos vamos a librar. Las alianzas que se están forjando son la muestra de que las ideologías murieron y que la elasticidad ideológica de nuestros partidos es infinita.
Vivimos tiempos convulsos y según alguna teoría, los nacidos antes de 1989 no lo entendemos ni sabemos cómo adaptarnos a lo que ya nos ha venido encima.
Pero la política no cambia tan rápidamente. Menos aún los políticos. El ascensor económico que les supone su actividad les mantendrá aferrados a las viejas prácticas tomando de la Inteligencia Artificial o de la bocina de las nuevas plataformas solo lo que a juicio de sus carísimos asesores les convenga. Estados cada vez más ricos y más omnipresentes en la vida de cada ciudadano, controlados por los que un día se llamaron servidores públicos.
Los políticos, seamos claros, manejan demasiado dinero y no con el acierto que nos merecemos. Tenemos cada cuatro años la posibilidad de enmendar la ruta, pero la diferencia entre unos y otros no es suficiente para mover a un cambio profundo.
Los argentinos se encontraron con un escenario inédito. No se trataba de votar derecha, centro o izquierda. (Al fin y al cabo… ¿alguien entiende qué es el peronismo?) Se trataba de reeditar la revolución francesa, de mandar a todos a su casa, de dar un triple salto mortal.
Y ver después si caen de pie o de canto.