Con el título de «¡Desgarrador y preocupante, pero cierto!», el 25 de agosto del 2020, en pleno desarrollo del coronavirus, yo publiqué, entre otras ideas, lo que sigue:
«Una profesora (petromacorisana) que actualmente realiza el curso “Formación en el uso de herramientas digitales para la docencia”, organizado y coordinado por el Ministerio de Educación, les envía a las integrantes de su grupo de trabajo la nota que fielmente se transcribe a continuación: “Buenas tarde hoy hacido muy importante la clase de hoy, aprendimo mucho”. Lo más preocupante del caso es que la susodicha profesora, ¡oh sorpresa!, imparte Lengua Española en el nivel medio, posee título de maestría y tiene veinte años en el servicio educativo»
Al leer mi artículo, el amigo y destacado abogado santiaguero, Pedro Domínguez Brito, en su columna del periódico El Caribe (26/8/2020), escribió al respecto:
«Domingo Caba Ramos es uno de mis articulistas preferidos. Hace días publicó uno titulado “¡Desgarrador y preocupante, pero cierto!”. Se refería a una profesora que participaba en el curso “Formación en el uso de herramientas digitales para la docencia “, organizado y coordinado por el Ministerio de Educación…». Y ya al final de su artículo, Pedro me pregunta: “Domingo Caba, ¿Podrías ayudarnos a buscar la respuesta para ver cómo salimos del atraso y empezamos a desarrollarnos como pueblo? ¿Y es que la culpa de la ignorancia de la profesora que mencionaste la pagará el estudiante”?»
Hoy, tres años después, debo responderle al conocido jurista, ajedrecista y exjuez laboral, que las causas, no la causa, que originan tan grave mal, son numerosas. En tal virtud, entiendo que el estudiante sufrirá las consecuencias, no solo debido a “la ignorancia de la profesora” o de cualquier otro docente que así se comporte. La culpa hay que buscarla también:
1. En las autoridades que la ingresaron al sistema.
2. En un Ministerio de Educación que no dispone de un científico sistema de supervisión docente, interna y externa, que permita a esas autoridades determinar y reforzar las competencias del maestro, así como la calidad del servicio que este brinda en el aula. En este sentido, vale aclarar que en cada distrito educativo laboran asesores técnicos docentes, la mayoría de los cuales llegaron allí por motivaciones políticas y que, por tal razón, no siempre muestran las debidas credenciales académicas para realizar una verdadera laborar de asesoramiento, acompañamiento y seguimiento.
3. En un sistema educativo que no dispone de un plan de incentivos para el personal docente por competencias y calidad del servicio mostrados. Por eso, a los maestros del sector público dominicano se les mide con la misma vara: el bueno es igual que el malo. Y si goza de una “cuña política”, es posible que el rol se cambia en forma contradictoria, vale decir, el malo resulte premiado, ascendido y presentado mucho mejor que el bueno.
4. En unos estudiantes que se inscriben en la carrera de Letras, no por el amor o pasión que sienten por esta especialidad, sino, como lo he recogido más de una vez en encuestas aplicadas al respecto, a que «alguien me dijo que es la más fácil»
5. En unos maestros de Lengua Española y Literatura que, a pesar de estar graduados en Letras, no sienten pasión por su especialidad ni por el noble oficio que realizan; que tampoco leen ni se actualizan mediante la lectura constante y participación en actividades culturales. Y, peor aún, que carecen por completo de sensibilidad lingüística y literaria.
6. En un sistema educativo que en el proceso de enseñanza- aprendizaje prestigia más los aspectos formales que la calidad de la propia enseñanza. Por eso es tal el tiempo que el maestro tiene que invertir para mantener actualizado el famoso «Libro de registro», que no dispone de tiempo para actualizar sus conocimientos mediante la lectura. Y “para quedar bien”, o responder a la presión de las instancias diligénciales, suele presentar un plan de clases muy completo y hasta «bonito»; pero que no siempre se cumple en la práctica docente.
7. En un sistema educativo cuyo nombramiento del personal docente, más que en las competencias mostradas por el maestro, estuvo durante muchos tiempos basada en la recomendación del «compañerito del partido», especialmente en las dos primeras décadas del presente siglo.
8. En un sistema educativo que prestigia más la evaluación de las competencias del alumno que la capacidad pedagógica y académica del docente. En tal sentido se insiste hasta la saciedad en que el maestro debe evaluar por competencias; pero a él nadie le avalúa los conocimientos que posee, qué enseña y cómo enseña eso que dice saber.
Visto tan lúgubre panorama educativo, amigo Pedro, no resulta extraño que la ya citada profesora petromacorisana haya escrito, en medio de la pandemia, aquello de que «…hoy hacido muy importante la clase de hoy…».