La decisión de Haití en mantener la frontera cerrada y un boicot contra el comercio y las mercancías de República Dominicana, después de nuestra decisión de cerrar la frontera y detener el comercio entre ambas naciones, no es nada nuevo ni es la primera vez que sucede en las relaciones internacionales. De hecho, en el pasado, otros han tomado medidas similares.
Un caso semejante sucedió cuando se negociaba un acuerdo de gas natural en 1975, en el cual EE. UU confiaba en que México eventualmente aceptaría un precio más bajo. A fin de cuentas, los norteamericanos eran el único mercado fronterizo de fácil acceso por gasoductos. Los negociadores de Estados Unidos ignoraron la posibilidad de que los mexicanos simplemente se negaran a entrar en un acuerdo que consideraban injusto. Contrario a lo esperado, el gobierno mexicano decidió quemar su gas, con un costo equivalente a decenas de millones de dólares en sus pozos, como un gesto dramático de independencia frente a EE. UU.
Los seres humanos – que somos los que finalmente tomamos las decisiones en los gobiernos y en las organizaciones – tendemos a subestimar los costes en los que incurriría el otro bando de no aceptar nuestras exigencias. No suele pensarse en las consecuencias del no acuerdo y el escalamiento del conflicto. El hecho de que la otra parte tenga una alternativa de no acuerdo tan absurda – quemar su propio gas antes que venderlo a un precio bajo, perjudicándose a sí mismo antes que ceder, similar al caso de Haití de no comprar los productos agrícolas e industriales dominicanos, sin tener en lo inmediato otras fuentes u opciones disponibles costo-eficientes – no significa que no la tomen.
Detrás de estas acciones irracionales se esconde una cierta “racionalidad política”, que conviene comprender: la disposición a auto perjudicarse con el objetivo de no ceder externamente, para avanzar internamente. Esto así porque nadie logra poder – ni liderazgo – si no se erige en representante de los sentimientos y perspectivas de una parte de la comunidad. El hecho de que un individuo vea una ventaja personal en asumir un particular punto de vista sustantivo indica que en la comunidad hay respaldo para ese punto de vista. De modo que, al diagnosticar un conflicto exclusivamente como lucha de poder entre individuos, perdemos de vista el conflicto subyacente, el conflicto entre facciones respecto de una o varias cuestiones determinantes.
Es decir, hay que tener presente que en todo conflicto entre naciones se debe contar con los sentimientos y perspectivas de la comunidad local contraparte. Un punto de vista personal no es lo mismo que el de una comunidad. De modo que al diagnosticar un conflicto exclusivamente como lucha de poder entre individuos, perdemos de vista cuál es el motivo del conflicto subyacente.
Precisamente, lo que predomina en Haití es un conflicto entre facciones (grupos agresivos) que influencian y motivan, a corto plazo, el curso de acción de sus precarias autoridades.
Richard Neustadt describe que “Un estadista responsable busca que la gente asuma, conjuntamente con el liderazgo, los desafíos adaptativos que la situación reclama. Pero un diletante busca arrear a la gente para usarlos como carnada para propósitos propios”. En otras palabras, la falta de legitimidad institucional y política de las autoridades haitianas, hace que cada cabeza de facción intente erigirse en líder de las otras facciones para ganar la mayor legitimidad de poder posible. En ese contexto, sus limitadas autoridades buscan sobrevivir e intentar legitimarse compitiendo con los más extremistas.
Es lo que Ronald Heifetz denomina un “desafío adaptativo”, que consiste en la presencia de una brecha entre los valores compartidos de la gente y la realidad de su vida. En el gran vacío institucional y la limitada legitimidad política en Haití, las facciones intentarán ganar adeptos de la manera más emocional y visceral posible. Estarán dispuestas a profundizar la crisis a cambio de obtener beneficio propio. Dejando fuera del juego de poder a los que intenten gestionarla con responsabilidad y visión de futuro.
Evidenciando que el peor escenario político es la ausencia de gobierno y el vacío de poder institucional. El terreno y el momento en que locuras de la irracionalidad se hacen dominantes, dejando la satisfacción de las necesidades y legítimos intereses en un segundo plano. En estas circunstancias las posturas internacionales tienen que partir de un exhaustivo conocimiento de la situación local de la contra parte.