La élite. La elite. Una forma más afrancesada que la otra, las dos válidas según la Real Academia de la Lengua. El canciller Roberto Álvarez no tuvo reparos en nombrar a la élite haitiana (y más de una vez) en su intervención en el almuerzo de la AMRCHARD y llamarle a hacer un ejercicio de responsabilidad sobre el papel que ha desempeñado en la situación de su país, en el conflicto del canal de desvío del río Dajabón y en el futuro de su patria.
Ya era hora de que se hiciera. Las élites haitianas desde donde vivan (aquí, allá, en Canadá o en Francia) son un grupo sin nombres, caras o apellidos que se conozcan.
Todos los que se interesan mínimamente por Haití exigen que su futuro se encarrile como el pueblo haitiano lo decida. Y es lo correcto. Pero las élites, los que tienen el poder económico actúan tras bastidores moviendo los hilos, indudablemente en su propio beneficio.
Si no es República Dominicana, es el pasado francés, la indiferencia de Estados Unidos y Canadá o la pereza de la comunidad internacional. “Son” los culpables favoritos de la tragedia haitiana. Pocas voces, la de ayer fue una, las que exigen hoy y ahora responsabilidades concretas a los propios haitianos.
El comercio binacional es el asunto que ahora necesita solución urgente. El cierre de la frontera no es solo un duelo diplomático, un arma electoral o un “pique” entre gobiernos. Los haitianos necesitan los productos dominicanos para subsistir y los comerciantes y productores dominicanos necesitan trabajar y vender.
El control biométrico es con mucho, una de las medidas más acertadas de este impasse. Regular la migración beneficiará a ambos países. Se podrá controlar el tráfico de personas, la corrupción en los puestos fronterizos, los abusos de los militares, el contrabando. Es un buen comienzo.