República Dominicana es un país receptor y emisor de migrantes. Eso lo hace especial. La emigración dominicana mantiene sus rutas tradicionales, siendo Estados Unidos el destino principal. Años después, desde la década de los años 90, Europa resultó atractiva: España e Italia principalmente.
Hoy, Canadá es el destino de una emigración muy particular. Canadá ha abierto sus puertas, pero exige a sus nuevos ciudadanos una formación profesional de nivel. Es una migración abierta, ordenada, seleccionada y generosa. Legal, por supuesto. Y protegida en derechos y exigente en deberes.
Los que se van son jóvenes preparados académica y profesionalmente, muchos de ellos ya han hecho una carrera aquí. Se van con sus familias y para el país que los recibe es una ganancia, pero para el que los ve partir… una pérdida que hay que tomar en serio.
Son miles ya. Es una población sana, estudiosa y laboriosa. Preparada académicamente con unos estándares que compiten en Canadá. Y cuando se habla con ellos, la respuesta tiende a ser muy parecida: “aquí no voy a salir adelante.” Sueldos bajos, se quejan. Servicios públicos precarios, denuncian. Salud y educación… muy justitas. Les aburre la politización de todos los aspectos de la vida diaria. Y denuncian la escasa o nula institucionalidad.
Quieren trabajar, crecer en un entorno que valore su esfuerzo y que les permita unas comodidades a las que se sienten con derecho porque las merecen. No quieren pasar diez , quince años sin avanzar. No quieren vivir en un país en el que hace falta padrinos para prosperar.
Se van los que necesitamos que se queden. Los que podrían echar el país p’alante.
Algo muy serio está fallando.