Entendamos una cosa, dopaje y narcotráfico no son la misma cosa. Aunque están directamente vinculadas, la primera se refiere al consumo de drogas y la segunda a su distribución a través de mecanismos ilícitos.
Los partidos políticos piensan que con solventar el tema del dopaje, mediante una prueba negativa, han resuelto el problema moral de los narcotraficantes que se meten al mundo de la política, situación cada día más común y que hizo célebre el colombiano Pablo Escobar.
Diferenciar el uso de las drogas de su distribución ilícita es, por lo tanto, fundamental a la hora de tener el debate sobre la limpieza de los candidatos a puestos electivos. Bajo ese parámetro, Bill Clinton, confeso consumidor de marihuana, nunca hubiera sido, por ejemplo, presidente de Estados Unidos. El uso y abuso de las drogas es un fenómeno diferente y, si bien debe tomarse en cuenta a la hora de permitir las candidaturas, el proceso de su detección debe ser igualmente impecable, no mediante un mecanismo que sea fácilmente manipulable. Además, el truco está en que esos personajes, una vez electos o colocados en puestos públicos importantes, den negativo a pruebas periódicas durante su mandato, no solamente al principio. Creo que ahí hay que dejar de ser hipócritas y ponerse serios. Exijamos pruebas de drogas a todos los funcionarios por lo menos dos veces al año mediante un proceso riguroso y de difícil evasión, a ver qué pasa.
Entonces está el punto de los narcos. Eso no se detecta con una prueba de droga. Los narcotraficantes se han propuesto penetrar todos los ámbitos del poder para controlarlos y el gobierno es parte de su objetivo. Por eso hemos visto escándalos locales y regionales con narcotraficantes en los cuerpos legislativos, en funciones ejecutivas, a nivel judicial y hasta en la presidencia. Para detectarlos hace falta una metodología muy compleja, que los partidos no están dispuesta a asumir, porque su interés es no perder el valioso dinero para las campañas que el narcotráfico ha aportado por años. Dejemos entonces de intentar engañar al pueblo con tonterías, porque da vergüenza ajena.