Mientras las Reinas del Caribe sueñan con ganar medallas de oro, miles de niñas dominicanas sueñan con ser ellas. No es solo la historia del triunfo, de la victoria, lo que las hace tan seductoras. Es verlas jugar tan seguras, coordinadas, alegres. Sonríen, se felicitan, dan la palmada de consuelo a la que ha fallado un saque o no alcanza a atajar esos balonazos…
Ríen en la cancha, juegan relajadas y en control, algo raro en otros juegos en los que los deportistas no sueltan el ceño fruncido ni la tensión. (Y no necesariamente están más concentrados.)
Soñar ser como ellas, tan altas y atléticas, decididas y decisivas en cada jugada, jóvenes en forma y felices. ¿Hay mejor sueño para una adolescente? ¿Alguien les puede ofrecer en su niñez una aspiración más atrayente?
El esfuerzo que hay detrás, la disciplina, las horas de entrenamiento, los continuos viajes, la soledad de las que juegan en ligas a miles de kilómetros de su familia y su casa… Eso no se entiende fácilmente cuando se tiene doce años y una estatura que te hace diferente al resto de tus compañeros de aula.
Las Reinas del Caribe han recibido todos los premios posibles, ganado todos los torneos, han subido en los podios de medio mundo. Pero ninguno debe ser tan satisfactorio como saberse la inspiración de una niñez que las ve como heroínas del mundo real.
El trabajo que se empezó hace tantos años ha dado unos frutos con los que nadie soñaría en aquellos primeros planes. Hoy ya se trabaja con las que sucederán a las que ya conocemos por nombre y apellido, a las que el país entero ha seguido por años sin que ninguna diera un mal titular o un susto a sus entrenadores.
Y además… ¡qué bien juegan!