El periodismo es un hijo directo de la política, por eso se le llama el Cuarto Poder en los sistemas democráticos, porque está encargado de la fiscalización desde una perspectiva ciudadana e independiente de los otros tres: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
No es a la inversa, como erróneamente se pretende hacer creer, y el deber de los poderes públicos tendría que ser proteger al periodismo a toda costa como un garante de la democracia. Pero eso pasa cada vez menos y el impacto en las libertades civiles que protege el periodismo es cada vez más alto, como lo vemos penosamente en nuestra región.
En Guatemala, por ejemplo, se vive un drama terrible, ante la decisión del presidente Alejandro Giammattei de impulsar un juicio contra el periodista José Rubén Zamora Marroquín, su principal crítico y dueño de El Periódico. Zamora, en un juicio políticamente motivado, ha sido condenado a seis años de prisión por un supuesto caso de lavado de dinero, en un proceso plagado de irregularidades. En El Salvador, el medio de investigación El Faro, tuvo que mover sus operaciones administrativas a Costa Rica, para evitar la persecución del gobierno salvadoreño y protegerse de los ataques de Bukele. En Panamá vemos cómo el expresidente y polémico aspirante presidencial Ricardo Martinelli, compró de manera cuestionable el periódico Panamá América para usarlo en su cruzada de control político en el país. Y los ejemplos no paran, sobre todo, en países que lograron liquidar dictaduras en su momento.
Atacar al periodismo es una tentación a la cual sucumben cada vez más los políticos en todas partes. Para envalentonarse han aprovechado los estragos causados por la irrupción de las plataformas digitales, el trastoque del modelo económico, y los excesos de los propios medios y periodistas. Antes de estos tiempos de crisis, ni se les pasaba por la cabeza. Y es que tenemos que entender que a quien único beneficia un Cuarto Poder débil es a los políticos con malas intenciones, a más nadie, y por desgracia esa clase política se ha podrido tanto que hoy esos malos son los que dominan, cosa horrible para la democracia.