El Grupo Wagner, los mercenarios contratados por Putin para sus “campañas” en Ucrania, Siria o Mali amagó con una entrada en Moscú que por unas horas sorprendió al mundo y desestabilizó, quizá ya permanentemente, la imagen del todopoderoso presidente ruso.
Mercenarios o sicarios, encargados de hacer el trabajo sucio que un ejército con bandera nacional no estaría “autorizado” a hacer.
¿Cómo entender que esto ocurra en países que son superpotencias militares, que pertenecen a las grandes organizaciones internacionales de todo tipo, que suponemos cumplen los tratados que firman y las leyes que rigen las relaciones internacionales?
El costo para la imagen de Putin es devastador. Un dictador aliado a un sicario que va a matar allá donde le manden. Un acuerdo que ha salido mal porque, por sentido común, el que hace pactos con asesinos no suele quedar bien parado.
Wagner , un ejército privado al servicio de Putin, no es tan diferente a las bandas terroristas que algunos gobiernos organizan o con las que negocian para sus fines políticos.