Quien haya aconsejado al presidente Luis Abinader de meterse personalmente en el micromanejo del problema de seguridad pública cometió un error político que puede ser catastrófico para el mandatario, que marcha ampliamente favorecido en una diversidad de encuestas realizadas durante las pasadas semanas.
La seguridad pública es uno de esos ámbitos que suelen ser inmanejables desde una perspectiva estratégica, pues sus vaivenes pocas veces tienen que ver con las políticas públicas en sí mismas, y vienen normalmente dictados por las luchas intestinas en el bajo mundo, que, como pasa con los mercados, se autoregula a través de complejos entramados de delincuencia que se desordenan cuando las autoridades desarticulan sus dirigencias y organizaciones.
En pocas palabras y aunque luzca paradójico, entre más actúa la policía, mayor delincuencia habrá a corto plazo, porque se pierden las estructuras de poder en las calles. Claro, eso ocurrirá sólo por un tiempo, porque es cíclico. Entonces, nuevas cabezas emergerán, que darán control a las calles, hasta que sean identificadas y el círculo se repita. El tema está en cuánto tiempo tomará cada paso del ciclo y con cuánta astucia lo manejen las autoridades.
Y es ahí dónde se equivoca el equipo presidencial al meter a Abinader en primera persona en todo ese julepe. A menos que no sea para tomar acciones tipo Bukele, la figura presidencial debe delegar esa responsabilidad exclusivamente en su Ministerio del Interior y en la Policía Nacional. Primero por una razón de administración efectiva y segundo porque estratégicamente debería tener un responsable si, cuando se acerquen las elecciones, el ciclo malo de la delincuencia está activo y hay que tumbar alguna cabeza para ganar tiempo.
¿Qué hará Abinader si cuando se acerquen las elecciones la delincuencia está frenética, culparse y despedirse por su ineficacia? No, por eso es que debe tener siempre a quién señalar como responsable. Claro, está la otra cara de la moneda, que todo salga de oro, pero con los temas de seguridad nunca se sabe a ciencia cierta. Salirse no es opción, solo les queda rogar que no hayan caído en su propia trampa política.