Recibí la siguiente nota confidencial:
-Supe que venía una expedición, con base en Cuba, pertrechos y entrenamientos suministrados allá. El sueño de Fidel Castro era derrocarme. Locura juvenil, como si yo fuera otro Fulgencio Batista, el dictador carente de carisma a quien desalojó del poder. Fidel quería derrocar la tiranía, es decir la mía. Terminó instaurando la suya, más sangrienta, larga y vil. Mi servicio de inteligencia infiltró el campamento de los expedicionarios dominicanos en Cuba. Escuchó las conversaciones de sus líderes. Los esperábamos. Tenía gente infiltrada en la estructura de seguridad cubana. No sabíamos el día exacto en que llegarían los expedicionarios, pero sí conocíamos que su llegada estaba próxima. Mi servicio de espionaje era eficiente, penetrante, no en vano lo dotábamos de recursos cuantiosos y de un sentimiento de impunidad total. No existía poder que se resistiese al encanto del dinero, del soborno bien pagado o de mis persuasivos métodos violentos. Ni aquí ni en los países grandes. En los nuestros me salía más barato, en los de ellos bien caro y repugnante. Carecían de sentido del honor, cualidad que nunca perdí.
-¡Ah!-exclama La Voz-. Es el llamado “jefe”, Rafael Trujillo, quien así se expresa, sin rubor. Te presentas como si siguieras teniendo control sobre lo que circula a tu alrededor. Esos tiempos ya pasaron. ¿Todavía te duele la llegada de los expedicionarios del 14 de Junio? Es lógico que así sea. Cambiaron el rumbo de la historia. Si hubieras sido inteligente y preservado sus vidas, quizás tu reino se habría prolongado. Pero no. La ira te dominó. Fuiste insensible y brutal. Olvidaste que aquellos jóvenes bien educados y formados constituían la esperanza de redención de este pueblo. Hablas de sentido del honor. ¿Acaso lo tuviste? Fuiste un depredador sanguinario, robaste y mataste con crueldad y desenfado. Para ti el honor era el dinero, era el poder, y para conseguirlos y mantenerlos no te detuviste ante nada, ni en normas, ética, leyes, costumbres, amistad, piedad. Fuiste un monstruo que la madre naturaleza jamás volverá a parir.
-El complot que en un desgraciado día del mes de mayo terminó con mi vida no tuvo justificación alguna. Se quejaban de falta de libertad, carencia de democracia y de cosas abstractas. Bien es cierto que concentré el poder y la riqueza. Eso me permitió distribuirla poco a poco, a mi manera. En pueblos incultos, analfabetos, no puede dejarse que la gente opine. Tampoco necesitaban poseer bienes, pues mi magnanimidad suplía sus deficiencias. Había que llevarlos como se conduce a los bueyes cuando portan un arado. El lenguaje que entienden es el del fuete untado con aceite para que estalle con dureza sobre la piel de los borregos. La opresión los mantiene despiertos porque son haraganes por naturaleza. Se encandilan con las medallas y el oropel. Los creen atributos de seres sobrenaturales, nacidos para mandar y ellos para obedecer.
-Por eso fantaseabas con tus lujos y uniformes, ¿verdad?
-Les di el gusto de que contemplaran mis vistosos uniformes, medallas, sombreros emplumados, de que se maravillaran con el espectáculo espléndido y ordenado de mis extraordinarios desfiles, de que se regodearan en sus creencias primitivas y me adoraran como un Dios, benefactor. Tal fue el encanto que produje con mis ornamentos que mucha gente añora contemplarlos en museos bien presentados.
-¿Exhibir lo tuyo en Museos?
-Sí, es lo que han decidido. ¿No lo sabes? De mí podrán exhibirse cantidad de objetos, de mis enemigos casi nada porque me ocupé de destruirlo todo. Cuando lo hagan estarán embelesando a la gente con los instrumentos que eran reflejo de mi poder, condicionándolos para siempre. Cuando los expongan en museos crecerá la añoranza por mi persona y se encumbrará de nuevo el sentimiento autoritario. La dominicana es una sociedad enferma, no termina de aprender. Deberían conservar y exhibir todo aquello que se utilizó en mis centros de tortura para inducir el terror, la silla eléctrica, los fuetes, la casa de la 40, o del 9. Pero ¡qué va! Les parecen feos, ¡claro que lo son! Prefieren destruirlos, borrarlos de la memoria colectiva. Y ahora proponen restaurar mis propiedades, la casa de Caoba, escenario de mis orgías, para que me imiten, me copien. Pueblo infeliz. Tuve necesidad de mantenerlos bien despiertos bajo la amenaza de mi mirada de águila, de la cual nadie escapaba. Y doy fe de que tuve éxito por 31 años hasta que aquellos canallas troncharon el camino del progreso del pueblo dominicano, que era yo, solo yo. Después de mí se ha entronizado la deriva.
-¿La deriva? ¿A qué te refieres?
-A lo que ustedes están propiciando que surja, por su proverbial indolencia. A nada más.